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25 Mar 2024
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Recursos para la predicación 30 MarzoMar 2024

Morado


Mateo 25.57-66 - Sepultura y custodia sepulcro – Presentación de Armando Levoratti

La sepultura de Jesús. 27.57-61

Los cadáveres de los ajusticiados terminaban por lo general en la fosa común. Esta privación de una sepultura honrosa formaba parte de la condena y debía servir para infundir terror tanto como la misma crucifixión. La privación de las honras fúnebres prolongaba la infamia ligada al suplicio. También la Ley judía preveía castigos póstumos para los condenados a muerte ( cf Dt 21.22-23).

El caso de Jesús constituye una excepción gracias a la intervención de una persona rica e influyente como José de Arimatea. Mt dice que esta hombre se había hecho discípulo de Jesús pero omite recordar que era miembro del sanedrín (cf Mc 15.43), quizá para no incluirlo entre los responsables de la muerte de Jesús. Según Mc 15.43 y Lc 23.51, él esperaba el reinado de Dios.

Al presentarse ante Pilato para solicitar que le fuera entregado el cuerpo de Jesús, José de Arimatea se exponía a un riesgo seguro, ya que de ese modo manifestaba su adhesión al que había sido acusado de querer proclamarse rey, en franca rebeldía contra el César (cf Jn 19.12). Sin embargo, Pilato se muestra bien dispuesto y accede al pedido, aunque la ley romana no preveía la entrega del cadáver de un reo de lesa majestad. Esta concesión muestra que el prefecto romano no tenía a Jesús por un revolucionario peligroso. De lo contrario, no habría entregado el cadáver del crucificado a uno que ni siquiera pertenecía a su familia.

En conformidad con el estilo de Mt, el relato de la sepultura de Jesús se caracteriza por su extrema sobriedad. Una indicación cronológica (al atardecer) permite enmarcar la historia de la pasión en una sola jornada: desde la reunión matinal del Sanedrín (cuando amaneció, 27.1) hasta el desenlace final en el Gólgota (27.33).

José debió actuar con extrema rapidez. El día siguiente era sábado, y había que ultimarlo todo antes de que empezara el descanso sabático, cuyo comienzo, según la tradición judía, coincidía con la aparición de la primera estrella. Una vez obtenida la autorización para retirar el cadáver de la cruz, José envolvió el cadáver de Jesús en un paño de lino (Mt precisa que era “puro”) y lo depositó en la tumba que él había hecho excavar en la roca.

El hecho de sepultar a Jesús en la propia tumba equivalía a confesar la inocencia del crucificado. De haberlo considerado culpable, José de Arimatea no lo habría hecho, porque la Ley judía declaraba impuro el sitio donde había sido enterrado un criminal, y allí ya no podría ser sepultado nadie más.

Una indicación suplementaria preanuncia ya el prodigio de la mañana de Pascua: la piedra que José hizo rodar a la entrada del sepulcro era una piedra grande. Será necesario un gran temblor de tierra para quitarla de allí (28.2). El relato de la sepultura de Jesús apunta ya a la resurrección.

Una vez acabada su tarea, José de Arimatea se va. Solo quedan dos mujeres –María Magdalena y la otra María– sentadas frente al sepulcro (v 61). Ya las habíamos encontrado en el momento de la crucifixión (27.56) y se las volverá a encontrar un poco más adelante (28.1).

La custodia del sepulcro. 27.62-66.

Llama la atención en este relato el comportamiento de los sumos sacerdotes y los fariseos, que acuden a Pilato en día sábado y en la gran solemnidad de la Pascua judía (día de la Preparación se llamaba al viernes, porque en ese día se preparaba la comida para el sábado, que era el día de descanso). Es extraño que los judíos hayan esperado al día después que Jesús había sido sepultado para poner la guardia. Si los discípulos querían robar el cadáver, la primera noche habría sido el momento más apropiado. Además, es curioso ver a los jefes judíos preocupados por la resurrección, cuando no siquiera los discípulos pensaban en ella.

La visita tiene como finalidad pedirle al prefecto romano que haga custodiar el sepulcro. La respuesta de Pilato dice literalmente: (Ustedes) tienen una guardia. Esta expresión ambigua puede entenderse de dos maneras distintas: el prefecto manda poner como guardianes a un grupo de soldados romanos, o bien (menos probablemente) los sumos sacerdotes quedan autorizados a poner una guardia judía, formada por los soldados del Templo.

Las autoridades judías llaman a Jesús ese impostor. El último engaño al que se refieren es el kerigma de la primera comunidad cristiana: ¡Ha resucitado! (v 64).

Esta perícopa indica que en los años 80 algunos judíos combatían la fe en la resurrección de Jesús diciendo que su cadáver había sido robado. Ella es el reflejo de una polémica y tiene carácter apologético. Nació como respuesta a las voces que circulaban en los ambientes judíos cuando Mt escribía su evangelio, y se hace eco de las objeciones de los que negaban la resurrección de Cristo aduciendo el robo perpetrado por sus discípulos (cf 28.15). La presencia de los guardias y el sello puesto en el sepulcro atestiguan que el cuerpo de Jesús no pudo haber sido robado.

Armando J Levoratti, Evangelio según san Mateo, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2003.


Libro de las Lamentaciones 3.1-3, 21-24 – Presentación de Armando Levoratti

La situación histórica del libro de las Lamentaciones

El marco histórico de las Lamentaciones es la caída de Jerusalén ya la consiguiente destrucción de la ciudad y la deportación de una parte de su población y la triste condición de los que habían quedado en el país. La caída del reino de Judá se describe e 2 Re 25.1-12 y en Jer 52.3b-16. Jerusalén fue sitiada por el ejército de Babilonia el noveno año del reinado de Sedecías, el día décimo del séptimo mes, y la ciudad estuvo bajo el asedio hasta el año undécimo del mismo rey (587-585 aC). Se supone que el asedio no tuvo la misma intensidad durante todo el tiempo de su duración.

Pero en el cuarto mes, el día nueve del mes, mientras apretaba el hambre en la ciudad y no había pan para la gente del país, se abrió una brecha en los muros de la ciudad (2 Re 25.1-4). El rey Sedecías, con la guardia real y algunos de sus partidarios, huyó torrente abajo en dirección al mar Muerto, pero fue apresado y llevado a la presencia de Nabucodonosor, que había instalado su cuartel general en Ribla, junto al río Orontes.

El destino de Sedecías en Ribla fue de una espantosa crueldad. En su presencia degollaron a sus hijos, y a él le arrancaron los ojos y lo deportaron a Babilonia, cargado de cadenas. La razón de un trato tan despiadado fue la obstinación con que él se opuso al dominio de Babilonia, después de haber sido entronizado, nuevo años antes, por el mismo Nabucodonosor.

Jerusalén había sufrido graves daños, pero algunos defensores aún permanecían en la ciudad, hambrientos y atemorizados. Un mes después llego Nebuzardán, el general de la guardia real, con la misión de destruir por completo la ciudad y desalojar de ella a todos sus habitantes. Entonces comenzó la ardua tarea de destruir la sólida muralla, cosa nada fácil, como lo muestran aún hoy algunos restos no del todo destruidos. El Templo fue presa de las llamas, y algunos objetos valiosos, como los utensilios sagrados, las columnas de bronce puestas a la entrada del santuario y el llamado “mar de bronce” (la gran pila destinada a las abluciones), fueron llevadas a Babilonia. Se incendiaron todas las casas y una dolorida caravana de cautivos se puso en camino hacia la capital del imperio. En la comitiva iban sacerdotes, dignatarios de palacio y jefes militares, mientras que la gente más pobre abandonó la ciudad y fue a refugiarse en las aldeas de Judea, para cultivar las viñas y los campos (2 Re 25.12).

Tercera Lamentación

Este poema puede considerarse como el centro del libro, ya que el poeta reflexiona largamente sobre el verdadero significado del sufrimiento. El discurso está puesto en labios de un hombre que ve la humillación (v 1). El paso del singular al plural (cf vs 40-48), y la presencia de esta figura masculina en contraposición con las voces femeninas oídas hasta ahora, permite suponer que este hombre se expresa en representación de todo el pueblo.

La descripción inicial de los duros padecimientos (3.1-18) llega incluso a decir: Por más que grite y pida auxilio, (el Señor) cierra el paso a mi plegaria (v 8), y concluye con la siguiente declaración: Se han agotado mi fuerza y la esperanza que venía del Señor (v 18).

Sin embargo, la esperanza no está del todo perdida, porque la misericordia del Señor no se extingue ni se agota su compasión, sino que se renuevan cada mañana (vs 22-23). Él no rechaza para siempre, no niega su perdón, ni aflige de corazón (v 33). Por eso es bueno cargar pacientemente con el yugo y esperar en silencio la salvación, aunque es indudable que ha sido el Señor quien infligió a su pueblo los sufrimientos presentes, ya que de la palabra del Altísimo salen los bienes y los males (v 38; cf Sal 33.9; Am 3.6).

Por lo tanto, de nada vale lamentarse de la fatalidad o de la mala suerte (cf 1 Sam 6.9), o atribuir los males a la fuerza del adversario. En realidad, la verdadera causa de tantas calamidades no puede ser otra que los pecados del pueblo, porque el Señor no aflige de buena gana, y, si aflige, también se compadece por su gran misericordia (vs 32-33).

Llama la atención que el libro de las Lamentaciones no especifique qué pecados ha cometido Israel. No se mencionan la idolatría ni otros pecados severamente denunciados por los profetas, como la injusticia social, la opresión de los pobres y el lujo desmedido (cf Am 2.6-16; 4.1-3; Jr 22.13-19). Solo en 4.13 se dice expresamente que esto sucedió por los pecados de sus profetas y por las iniquidades de sus sacerdotes, que derramaron en medio de ella la sangre de los justos.

Luego el poeta saca las conclusiones de sus reflexiones anteriores: ¡Examinemos a fondo nuestra conducta y volvamos al Señor! (v 40), confesemos que hemos sido infieles y rebeldes (vs 40,42) y reconozcamos con franqueza que con nuestra conducta hemos provocado la indignación del Señor y los castigos consiguientes.

En resumen, si la ruina de Israel ha sido provocada por sus propios pecados, el castigo era merecido y no arbitrario. A partir de esta convicción surge un atisbo de esperanza: el arrepentimiento y la sumisión a la voluntad divina podían atraer la misericordia de Dios y poner fin a tantas calamidades. Sin arrepentimiento no queda lugar para la restauración. Por eso, casi al final de la Lamentación, el poeta declara: Entonces invoqué el Nombre del Señor… tú te acercaste el día que te invoqué y dijiste: “No temas” (vs 55,57). Y la respuesta más plena a esta humilde invocación se encuentra en el poema que sigue a continuación: Tu iniquidad se ha borrado, hija de Sión: ¡él no volverá a desterrarte! (4.22; cf Is 40.1-2).

Armando Levoratti, biblista católico argentino, 1933-2016, em Lamentaciones, Coordinador del Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2007.


Salmo 31.1-5, 15-16 – Presentación de Enzo Cortese y Silvestre Pongutá

Observaciones generales

El salmo se mueve en dos planos: el de la tribulación propiamente dicha, su descripción, sus peticiones a Dios, sus reflexiones; y el de la súplica con la perspectiva de lo que vivió el salmista, de su situación actual y de lo que puede orientarse hacia el futuro.

Comienza la invocación en el v 2, pero se prolonga hasta el 4; los vs 5-6 formulan ya una petición a Dios; los vs 7-9 reconocen la fidelidad de Dios y la alegría por el futuro ante el obra de Dios; los vs 10-19 expresan la lamentación; los vs 20-25 sacan las consecuencias de esta confianza en Dios y anhela su difusión universal. La tribulación se origina en el antagonismo que experimenta el salmista de parte de idólatras, adversarios, enemigos, rivales, calumniadores.

Si el orante es un rey, el salmo adquiere un mejor sentido; por el uso litúrgico, pudo recibir retoques en el exilio y primer postexilio.

Vs 2-4: Invocación. El suplicante, al dirigirse a Yavé, lo hace movido por una confianza muy grande en la seguridad que en él puede encontrar y emplea para ello unas figuras muy elocuentes; la motivación se encuentra solo en Dios, en su justicia, en el ser mismo de Dios (su nombre).

Vs 5-6: Sácame de la red. Es la primera petición. Pero la expresión más dicente, la que en el NT pone en labios del Crucificado y del diácono Esteban, en tus manos encomiendo mi espíritu, es la que formula con gran acierto la confianza y la esperanza del salmista: las perspectivas de esta confianza van más allá del momento que vive el salmista.

Vs 10-19: La angustia. Es la parte más desarrollada. Comienza con una petición que implora la piedad de Dios. Con diversas imágenes formula su experiencia de aflicción y de miseria: es una angustia interior que se manifiesta también en su cuerpo (la vista, la garganta, el vientre, los huesos); experimenta la sensación de fragilidad, de transitoriedad; se compara con un muerto o con alguien que ha perdido la razón; a esto se agrega el mundo que lo rodea y que lo humilla y ataca: el desprecio, la persecución, la calumnia y la conjura. Los comentaristas suelen relacionar esta parte con algunos textos de Jeremías.

En los vs 15-19 refiere la súplica que desde el momento de la angustia dirige a Yavé este salmista: expresa su confianza en Dios, no presenta ningún mérito sino que acude a la misericordia de Yavé.

Lectura cristiana

Las palabras del salmo que Lucas (23.46) pone en labios del Crucificado permiten una relectura cristológica de todo el salmo; el hecho de encontrarlas también en el momento de la muerte del mártir (testigo) Esteban (Hch 7.59) permite ampliarlas a toda la Iglesia. Con la obra de Cristo, los motivos de la confianza en Dios se han acrecentado y la esperanza del cristiano es infinitamente más rica y segura.

Enzo Cortese y Silvestre Pongutá, biblistas católico y colombiano respectivamente, en Salmos, Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Estella, España 2007.


Consideraciones generales sobre la Primera Carta de Pedro - Presentación de Dan González Ortega

Esta carta, dirigida a comunidades cristianas del Asia Menor, a pesar de que debe no poco a cierta inspiración paulina (pensemos en el carácter central de la resurrección de Cristo mediante el bautismo, etc.), atribuida a Pedro, tiene algunos puntos característicos que la hacen especialmente significativa:

Una comunidad “en sufrimiento”

Se alude repetidas veces a una situación de hostilidad, incluso persecución, contra las personas que componen la comunidad destinataria de la carta. Se puede especular, incluso, de persecuciones oficiales contra creyentes en el cristianismo, como la de Domiciano o quizás también la de Trajano; si esto fuera así, automáticamente la fecha de redacción del texto nos lleva a una fecha posterior a Pedro. Pero probablemente la situación de sufrimiento puede tratarse de algo “menos grave” pero que, con todo, era una situación que generaba desánimo y llevaba a la huida (diáspora).

El sacerdocio del “nuevo pueblo de Dios”

Aunque este tema se recoge también en el Apocalipsis (2.6; 5.10; 20.6), en realidad constituye una novedad en todo el Nuevo Testamento o, de todas formas, representa el vértice más alto de este tipo de reflexión. Según el texto, quienes creyeron han de adherirse virtualmente por medio de la fe y del bautismo y, han de unirse entre sí mediante el vínculo del amor: el concepto de iglesia como comunidad de amor y de fe aparece con claridad.

El “culto-celebración” en la cristiandad

El nuevo sacerdocio tiene como novedad que su espacio celebrativo (litúrgico) tiene expresión concreta en toda la vida de la persona que cree, así como en la vida de la comunidad, es decir, de su cualidad de consagrarse a Dios a partir del bautismo: el matrimonio, la familia, el trabajo, la profesión, la cultura, el arte, la ciencia, la política, la economía, la comunicación, el servicio. El nuevo pueblo de Dios no debía, pues, estar ligado a barreras de raza o cultura, sino que, abierto a todas las naciones de la tierra: mediante la fe en Cristo como Señor y mediante el bautismo las personas pueden formar parte de este nuevo pueblo sacerdotal, que con la vida y el testimonio de cada día tiene que celebrar las maravillas de su Señor. El ministerio sacerdotal ha pasado ya a cada uno de los actos de la vida y no está encerrado en ningún aislado gesto ritual.

Testimonio de racionalidad de la esperanza

En la 1 Pedro ¿no estamos frente a una especie de victimización o, ante una forma mística del sufrimiento que no coincide del todo con la actitud mansa, pero también agresiva, con que Cristo se enfrentó a sus adversarios y con su mismo destino de muerte? En realidad, el autor mismo resuelve esta dificultad exhortando a quienes leen a ser testigos “convencidos” de su fe, evitando las confrontaciones agrias y la lucha empecinada. Se trata de una invitación al sentido común sin victimización ni voluntad de martirio a toda costa por parte del o la creyente. No es casualidad que en 1 Pe 3.13-17 aparezca el término logos cuando habla de dar razón de su esperanza que sirve para indicar la racionalidad, sensatez, la coherencia tanto teórica como práctica de la fe y de la esperanza cristiana que ayuda a superar los prejuicios y las sospechas.

El propósito de esta carta es, pues, consolar a los y las oprimidos y edificarles. El texto pretende fortalecer la fe, renovar la esperanza y motivar a quien lee para perseverar en la fidelidad a Cristo y animar a la paciencia.

Acá se completa un cuadro tradicional de la cristiandad que coloca títulos a los “caudillos” apostólicos: “Pablo apóstol de la fe”, “Juan apóstol del amor” y “Pedro apóstol de la esperanza”.

Dan González Ortega, pastor y teólogo presbiteriano mexicano, en Estudios Exegético-Homiléticos, ISEDET, Buenos Aires.


Primera Carta de Pedro 4.1-2, 6-11 – Presentación de José Cervantes Gabarrón

La pasión de Cristo, origen de la nueva mentalidad cristiana: 4.1-6

Este párrafo comienza con el tema de la pasión de Cristo: Así pues, dado que Cristo sufrió. Esta es la primera consideración en cuanto a las motivaciones con vistas a la adquisición de la auténtica mentalidad cristiana. Es un vs estrechamente vinculado a 1 Ped 3.18, y ya presente en 1.13, retomando la imagen de la lucha frente a los deseos humanos vigentes entre los paganos (1 Ped 2.11).

Los cristianos deben armarse de esa misma mentalidad (gr ennoian) para vivir según la voluntad de Dios. Esta nueva mentalidad es posible en los creyentes gracias a la eficacia de la acción de Cristo. Precisamente porque su entrega ha acabado definitivamente con el pecado y ha transformado decisivamente el proceso de muerte en proceso de vida, es posible para los seres humanos vivir conforme a la voluntad de Dios, haciendo siempre el bien (1 Ped 3.17; 4.19).

En 1 Ped 4.2 se presenta la contraposición entre dos formas de vida: una según los deseos humanos y otra según Dios. Los deseos humanos se presentan aquí como contrarios a la voluntad de Dios, en relación con la aspiraciones propias de la época de la ignorancia (1.14) y con el plan de vida pagano que engloba la serie de vicios descritos a continuación. Los creyentes, sin embargo, saben que han sido liberados de la conducta sin sentido gracias a la sangre de Cristo, por medio de su entrega.

El segundo elemento de la oposición, la voluntad de Dios, implica romper con las conductas típicas y habituales de los gentiles, pero la propuesta de vida cristiana desborda esos planteamientos de la vida común, por muy arraigados que estén la sociedad pagana. Así, la carta no enumera tampoco un catálogo de virtudes que, aun siendo algo positivo, también quedaría desbordado como criterio moral por la exigencia de vivir conforma a la voluntad de Dios. Esta requiere algo más profundo y radical: la asunción del sentido de la entrega de Cristo en su doble dimensión de kerigma salvífico y de fundamento de la ética cristiana.

Pero la última palabra en esta confrontación de estilos de vida la tiene aquel que está dispuesto para juzgar a vivos y muertos (vs 5). Esta fórmula, recogida posteriormente en el credo apóstólico, manifiesta la función judicial soberana de Cristo. El verbo evangelizar está en tiempo aoristo, indicando un hecho del pasado que constata que, a los que ahora ya están muertos, cuando estaban vivos se les anunció el evangelio.

La glorificación de Dios mediante el amor y los demás carismas: 4.7-11

Con la proclamación del fin de todas las cosas comienza esta segundo sección conclusiva que centra su atención en aspectos que afectan más a la vida en el interior de la comunidad cristiana, y por ello destaca la oración, la acogida, la hospitalidad, el amor y el servicio como respuesta la múltiple gracia de Dios expresados en los diversos carismas de la comunidad. Y todo ello refleja una cierta estabilidad en el proceso de consolidación organizativa de la fraternidad eclesial, aunque sin una estructura organizativa jerárquica de ministerios y oficios.

El amor (gr ágape) queda de relieve como nota esencial de la conducta cristiana en el vs. 8. Antes, el autor ya había exhortado a vivir en el amor (1.22; 2.17), pero ahora lo hace con más fuerza: “Ante todo mantened un amor intenso entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados”. Existe un paralelismo interesante entre 1 Ped 4.1c y 4.8b, pues las dos tratan de la victoria sobre el pecado: en 4.1 es Cristo quien con su entrega ha terminado con el pecado, en 4.8b es el amor el que quita multitud de pecados. Según este paralelismo, podemos entender la entrega de Cristo como expresión concreta de su amor, y el amor como posibilidad concreta de imitar y seguir a Jesucristo en su acción liberadora.

La práctica de la hospitalidad en el interior de la comunidad cristiana se convierte en uno de los modos concretos de mostrar el amor hacia los demás, con una atención especial hacia quienes no tienen techo ni hogar. Ello permite, en primer lugar, ser conscientes de la situación social en que se encuentra la mayoría de los cristianos de Asia Menor y, en segundo lugar, propone un modo de vida alternativo que, desde la recepción mutua y la hospitalidad, posibilita la construcción de un nuevo hogar y de una nueva casa en este mundo.

La doxología centra su atención en Dios mientras que Jesucristo aparece de nuevo como mediador. Al término gloria, propio de toda doxología, esta carta añade el de poder, un término ausente en las doxologías paulinas, pero presente también en la otra doxología de esta carta (5.11).

José Cervantes Gabarrón, biblista católico español-boliviano, n 1957, en Primera carta de Pedro, Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2003.


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