Recursos para la acción pastoral
La fe en el Reino de Dios
Albert Schweitzer es una de las figuras luminosas del protestantismo del siglo pasado. La teología hoy privilegia otros enfoques del Reino de Dios, especialmente con las ideas del “ya” y “todavía no” y el enfrentamiento con el mal encarnado en las estructuras de maldad del mundo. Pero su vital y vitalizadora comprensión sigue desafiándonos. Aquí un pequeño fragmento de uno de sus textos.
A pesar de la catástrofe que significaba para la fe cristiana el hecho de que no se cumplieran las esperanzas que alentaban los primeros fieles de una rápida instauración del Reino de Dios, esperanzas fundadas en el mensaje de Jesús, el cristianismo no sucumbió; y poco a poco se fue acostumbrando a la idea.
Ya el apóstol Pablo tuvo que ocuparse del problema de la no llegada del Reino de Dios. A partir de la segunda generación, la instauración de dicho reino se vuelve para los creyentes un acontecimiento cada vez más postergado a la lejanía del porvenir. En épocas posteriores, esta lejanía se convierte en distancia infinita.
Esta postergación de la espera del Reino de Dios convierte al cristianismo en una religión de la cual ha desaparecido por completo la alegría, tal como había existido en Pablo y en el cristianismo primitivo. Había iniciado su camino en la claridad meridiana y solar de la espera entusiasta del reino de Dios; ahora se ve obligado a proseguirlo en la penumbra helada de una espera imposible.
(…) Solamente cuando de carácter sobrenatural pasa a cobrar un carácter ético-espiritual, cuando de algo que se espera pasa a ser algo que actúa, puede el Reino de Dios recobrar en nuestra fe el significado que tuvo para Jesús y para el cristianismo primitivo. Y ese significado íntimo es el que debe tener, mientras el cristianismo se mantenga fiel, como se lo ordena su verdadera esencia, a lo que fue en un principio: una fe dominada por la idea del Reino de Dios.
Para la fe de nuestros días, el Reino de Dios se inicia por intermedio de Jesús y del Espíritu que con él desciende a la Tierra. Ya no permitimos más que el destino de la humanidad dependa del fin del mundo. La época en que vivimos exige de nosotros una nueva manera de creer en el Reino de Dios. (…) Para la humanidad, tal como es hoy, se trata de aprender este Reino de Dios, o de desaparecer. Impelidos por la misma necesidad en que nos encontramos, tenemos que creer en su realización, y considerarla seriamente. Lo que vivimos es el comienzo del crepúsculo de la humanidad.
(…) La última súplica del Padrenuestro vuelve a cobrar para nosotros su sentido original de ruego por la liberación del imperio de las fuerzas del mal en el mundo. Si bien ya no concebimos estas fuerzas como seres angélicos que se oponen a Dios, sino únicamente existentes en las pasiones de los seres humanos, no por eso son menos reales. En la espera del fin del mundo, los primeros cristianos pusieron sus esperanzas únicamente en el Reino de Dios.
Nosotros hacemos lo mismo, en la espera del fin de la humanidad. El espíritu nos permite reconocer los signos de la época, y nos explica su significado. La fe en el Reino de Dios es lo más grande y lo más importante que nos puede dar la fe cristiana. Exige de nosotros que consideremos posible lo imposible, la derrota del espíritu del mundo por obra del espíritu de Dios. Tenemos fe en ese milagro, que se realizará por obra del Espíritu.
Pero para que ese milagro tenga lugar en el mundo, debe primero tener lugar en nosotros. No tenemos que poner nuestra esperanza en la creación de las condiciones del Reino de Dios en el mundo; esa actividad debe ocuparse ante todo de la posibilidad de su realización. Pero no puede tener lugar un adviento del Reino de Dios en el mundo, cuando no ha tenido lugar previamente en nuestro corazón.
Será un comienzo del reino de Dios el hecho de que nos esforcemos por hacer que el sentimiento del Reino de Dios domine nuestro pensamiento y nuestra acción. Sin vida interior, no hay nada. Solamente cuando el espíritu de Dios haya vencido definitivamente en nosotros al espíritu del mundo, podrá combatirlo en el mundo.
Albert Schweitzer, Teólogo y médico, pastor, filósofo y musicólogo franco-alemán, Premio Nobel de la Paz en 1952 (1875-1965). En El camino hacia ti mismo, Sur, Buenos Aires, 1958, pp 122-126, extractos.
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