Recursos para la predicación

11 Sep 2023
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 01 OctubreOct 2023

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Mateo 21.23-32 – Presentación de Severino Croatto

Este pasaje es propio del evangelio de Mateo y se sitúa después de la recepción hecha a Jesús por la gente cerca de Jerusalén (21.1-9). En ese episodio, las dos citas del Antiguo Testamento (Zacarías 9.9 y Salmo 118.25-26) conectan a Jesús con la dinastía davídica, y por tanto con las esperanzas mesiánicas. En la siguiente escena (21.10-17), una vez en la ciudad y entrado en el templo, Jesús echa a los ladrones y “limpia” la casa de Dios. La ciudad estaba conmovida y la gente se preguntaba quién era ese personaje, y se contestaba: “Éste es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”. Nadie esperaba un Mesías de Galilea. Pero el profeta de Nazaret era más conocido (ver 13.53-58 y 16.14). Y en el templo mismo cura a enfermos (v.14), como Elías o Eliseo. Además, la cita del v.16 es de un libro profético. Con todo, el grito de los niños en el templo (v.15) –una escena teatral y digna de verse con la imaginación– continúa en la instancia “davídica” como en la recepción anterior. Jesús, el profeta taumaturgo, pero también crítico, es el de toda su vida, pero como “hijo de David” empieza a ser dicho por la gente, con la aceptación del intérprete que es el autor mismo del texto (v.4).

La controversia por la autoridad, mientras enseñaba en el templo sin pedir permiso a nadie (vv.23-28) es atrasada por Mateo, y con este episodio engancha el texto de este domingo, la parábola de los dos hijos (vv.28-32). Cabe notar solamente –para terminar de construir el marco redaccional– que esta parábola y las dos siguientes, la de los viñadores homicidas (vv.33-46) y la del banquete nupcial (22.1-14) no fueron explicadas a los discípulos sino a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, introducidos en 21.23. Saduceos y fariseos actuarán a partir de 22.15.23.34.41, y en 23.1 Jesús empieza a hablar, esta vez sí, a la gente y a sus discípulos, pero acerca de los escribas y fariseos.

Por tanto, debemos leer la parábola de hoy (21.28-32) como dicha, no a los discípulos sino a las autoridades religiosas del templo. Sólo así se puede entender. Jesús, usando una exquisita retórica, les hace tragar el anzuelo sin que se den cuenta. Como “conocedores de Dios”, les está señalando que representan el mal hijo que dice hacer la voluntad del padre (= Dios) pero que después no la cumple. Es tan claro el ejemplo propuesto, que ellos mismos contestan que quien hizo la voluntad de Dios era el hijo que primero dijo que no pero luego hizo lo mandado por su padre (v.31).

¿Cuál es entonces la aplicación a los sumos sacerdotes y ancianos? En el mismo orden que en la parábola, los publicanos y las rameras son quienes “hacen la voluntad del padre”, porque aceptan el mensaje de Jesús, aunque en su vida anterior parecían decirle que “no” a Dios. Por eso entrarán primero en el Reino de Dios (v.31). Ellos creyeron en Juan, cuando vino “en camino de justicia” (v.32). No así los interlocutores de Jesús, como subraya el final del relato (vv.32b-33). Menos iban a aceptar la enseñanza de Jesús, si a Juan no le creyeron.

Conviene ahora seguir leyendo. La parábola de los viñadores homicidas está dirigida a aquellas mismas autoridades del templo, y en el templo. El episodio del “hijo” del dueño de la viña (vv.37-39) es una indicación de lo que le pasará a Jesús mismo en pocos días. También en este caso, Jesús presenta la situación de una forma tan sutil, que sus interlocutores no pueden sino concluir: “A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros labradores...”. Esto se confirma con la cita de Isaías sobre la piedra desechada (v.42), cita que termina nuevamente con el anuncio de un traspaso del Reino de Dios (“se os quitará...”, v.43).

Y ahora tenemos el final, que cierra todas las escenas con gran coherencia, aunque incluyendo esta vez a los fariseos, que no estaban en el v.23: “Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que se estaba refiriendo a ellos” (v.45).

El plural “parábolas” se refiere a las dos anteriores, la primera de las cuales es la lectura dominical de hoy. La predicación de Jesús en el templo era efectivamente la de un profeta, como la misma gente había correctamente interpretado (v.46). La amenaza de muerte que señala el final del v.46 nos propone claramente el ejemplo de Jeremías, cuya predicación en la entrada del templo le ocasionó su prisión y juicio (Jeremías 7 y 26).

La pregunta que podemos hacernos es: ¿Cuál de los dos hijos representamos en nuestra relación con Dios? La otra pregunta que cabe también es: ¿Cómo las autoridades religiosas reciben la palabra crítica de los profetas de hoy?

Severino Croatto, biblista católico argentino, 1930-2004, en Comentario Exegético-Homilético 30. ISEDET, septiembre 2002.


Ezequiel 18 - ¿De quién es la culpa? – Presentación de Jesús Asurmendi Ruiz

El v 2 cita un refrán popular para cuestionar el que los hijos paguen por sus padres. Este cuestionamiento constituye también la trama de capítulo y se vuelve a encontrar en los vs 19, 25, 29. El profeta, pues, responde a las cuestiones acuciantes de su pueblo. En efecto, ante los desastres que se acumulan, y los que, según el profeta, quedan por venir, surge la pregunta: ¿de quién es la culpa? Y los desastres son tan inmensos que no pueden estar causados únicamente por las culpas de una generación.

El cuestionamiento se sitúa en pleno corazón del libro de Ezequiel. Volverá a aparecer aún varias veces. Pues el auditorio, a fuerza de oír la sombría predicación del profeta, se plantea cuestiones. Pero se las plantea partiendo de su propia mentalidad, la llamada “personalidad corporativa”, que se podría denominar también “responsabilidad colectiva”. Con esta noción se formulan las relaciones del individuo con la comunidad y viceversa. Se extiende a todos los aspectos de la vida del grupo en el presente, el pasado y el futuro: “Voy a establecer mi alianza con ustedes… por los siglos y para siempre” (Gn 9.9).

En su respuesta, el profeta utiliza aquí el lenguaje jurídico de los sacerdotes. Se comienza con la presentación del caso, a continuación se explicita mediante la descripción de su comportamiento, para terminar con la declaración de culpabilidad o de inocencia. Una vez más, el libro de Levítico (cf Lv 13 entre otros) refleja bien esta práctica sacerdotal.

En los vs 1-4 Dios responde al cuestionamiento del pueblo declarándose señor de la vida y estableciendo el principio básico que se vuelve a encontrar en el vs 20: “Solo morirá quien peque. Nadie más”. Los vs 5-9 presentan el caso del hombre justo, la sentencia llega: vivirá; los vs 10-13, el de su hijo injusto: morirá por sus faltas; los vs 14-17, el nieto que no sigue el camino de injusticia del padre: vivirá. Cada vez, con variantes, la descripción del camino recto se hace basándose en la enumeración de hechos y de actitudes globales que definen la justicia o la injusticia. Se notará que, al lado de las faltas de idolatría, las listas subrayan sobre todo el ámbito de las relaciones humanas, resumido por la expresión practicar “el derecho y la justicia” (v 5).

En los vs 19-20, el pueblo no soporta que el hijo justo no cargue con las consecuencias de la culpa del padre. El profeta recuerda el principio del v 4 y explicita la regla que va a detallar a continuación (vs 21-29): cada uno es responsable de sus actos. Pues ya no se trata, en ningún caso, de que uno esté marcado de manera indeleble por sus acciones, buenas o malas. La conversión y la apostasía son siempre posibles.

Los vs 30-32 constituyen la cumbre y la meta del capítulo, El “así que” del v 30 lo muestra claramente. Se llega allí a la exhortación fundamental: “Apártense de todas las transgresiones que han cometido… forjen en ustedes un corazón y un espíritu nuevos” las largas explicaciones del profeta en el más puro estilo sacerdotal terminan con el llamamiento profético más clásico: conviértanse. Pues hay una razón y un argumento decisivo para tal llamamiento: “Yo no quiero que ninguno de ustedes muera”, dice el Señor. Y la conclusión se impone: “Vuélvanse a mí, y vivirán”.

A menudo se ha acusado a Ezequiel de haber sustituido el principio de la responsabilidad colectiva por un individualismo feroz digno de los peores jueces de los confesionarios. Ciertamente, subraya fuertemente la responsabilidad individual. Pero nunca olvida la dimensión comunitaria del individuo en medio de su pueblo, Israel. Los caps, 36, 37 y 40-48 lo demuestran ampliamente. No concibe de otro modo la restauración y el porvenir del pueblo. Sin embargo, si se mira Ez 18 desde la perspectiva de la “retribución”, se puede interpretar muy mal. El libro de Job, que cuestiona estos principios, está ahí para demostrarlo.

También hay que comprender lo que para Ezequiel quiere decir “vivir y morir”. No se trata de la vida y de la muerte física, sino más bien de la comunión con Dios que da la vida o de su abandono que no puedo sino provocar la muerte.

Jesús Asurmendi Ruiz, biblista católico español en Comentario Bíblico Internacional, Verbo Divino, Navarra, España, 2013.


Salmo 78 – Presentación de Enzo Cortese y Silvestre Pongutá

Después del Sal 119, este es el más largo del salterio. No es una verdadera plegaria a Dios, sino una síntesis de la historia de Israel. El poeta hace una introducción (1-8), con una invitación motivadora dirigida a la asamblea para escuchar, que comienza con el vocativo pueblo mío.

Se ubica en la sabiduría popular, la de los refranes y de lo que nuestros padres nos contaron, y se dispone a la comunidad a la trasmisión oral hacia las generaciones futuras para que estas mantengan su confianza en Dios y no fueran a olvidar lo que Dios había hecho en la historia del pueblo. O dicho al revés, para nunca ser generaciones débiles de corazón y débiles de espíritu.

Esta es la primera y también la más antigua síntesis histórica que encontramos en el salterio, donde encontramos síntesis de carácter penitencial, como esta, para recordar, junto con los beneficios divinos, los pecados de Israel (106 o, en esta línea, Ez 20, Neh 9, Dan 3 y 9), y síntesis hechas solo para alabar a Dios, como el salmo 105.

Observamos todavía la evolución de una forma no claramente cíclica de hacer el catálogo de los episodios y pecados, como la de nuestro salmo, a la cíclica, que se origina en el famoso esquema deuteronomista: gracia-pecado-arrepentimiento-perdón, que se aplica en el Sal 106 y en Ez 20.

Lectura cristiana

También la historia de las iglesias, como nuestra historia personal, vista a la luz del salmo contiene los dos polos: los beneficios divinos y las infidelidades del pueblo de Dios. El salmo 78 nos invita a recordarla y meditarla para gozar y agradecer las bendiciones y para pedir perdón por las infidelidades.

Enzo Cortese y Silvestre Pongutá, Salmos, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo divino, España, 2007, Vol II, pp.699-700, texto adaptado por GB.


Filipenses 2.1 13 (5-11) – Presentación de Pablo Andiñach

El texto de Filipenses es uno de los pasajes más apreciados de la carta. A los vs. 5-11 se lo suele llamar el “himno cristológico” pues tiene forma poética y concentra en pocas líneas una descripción y exaltación del Señor como en pocos otros textos. Es notable que esta descripción se presente en relación con 1-4 donde se habla de la conducta que se espera del creyente.

Es decir, que el texto viene diciendo cómo debe ser la vida del cristiano y finaliza ejemplificando con la vida de Cristo. La frase “que haya en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús” indica que el modelo de vida es él y que en la medida que el creyente busque orientación para su vida la respuesta está en el “sentir” de Cristo, en su disposición a poner su vida al servicio de Dios y el prójimo.

Predicar sobre este texto supone elegir algunos de los tantos puntos de entrada que posee y los temas que presenta. En esta breve ayuda homilética nos concentraremos en dos aspectos: la decisión de Dios de hacerse ser humano y la exaltación del nombre de Jesús. ¿Qué significan estos dos aspectos y qué consecuencias tienen para nosotros?

Dios se hace uno de nosotros

La teología denomina esto la encarnación. A diferencia de los Dioses griegos o Mesopotámicos, el Dios de la Biblia decide humanizarse y viene a habitar con los seres humanos. Esto no solo era inaceptable para griegos y orientales sino también para la teología judía de su tiempo. De hecho el mesías esperado no sería una encarnación de Dios sino un líder designado por Dios para liberar a su pueblo.

Lo que se esperaba era un nuevo David o un nuevo Elías, es decir, hombre de Dios que con su ayuda y en base a su fe y disposición a cumplir con su voluntad pusieran fin a la opresión cultural, religiosa y económica que los romanos habían impuesto sobre Israel. En su historia habían tenido muchos “salvadores”, tales como Moisés, Zorobabel, Esdras, Josías, que habiendo sido personas pecadoras supieron obrar de modo que la voluntad de Dios se expresara a través de ellos. Con esos modelos se construía la esperanza mesiánica de Israel.

Es cierto que el concepto de mesías era algo más que un simple líder, pero también es cierto que el “ungido” esperado surgiría de lo mejor de Israel y sería una persona iluminada como lo habían sido aquellos grandes padres del pueblo. Es evidente que la irrupción de Jesús sorprendió a unos y otros. Unos –los romanos- porque no entendían que un galileo pobre podía pretender ser rey de Israel y liderar a su pueblo en los caminos religiosos y sociales. Otros –los judíos- porque no aceptaban que ese que caminaba junto a ellos y se reunía con personas de la más baja calaña podía ser un elegido de Dios para transmitirle su mensaje. Menos aún que podía ser hijo de Dios…

En ese ambiente hostil a toda novedad en el plan de Dios es que al creador se le ocurre enviar a su hijo. ¿Por qué no esperar un mejor momento? ¿Por qué no demorarse hasta que la humanidad estuviera en una posición más apta para aceptar al mesías? Si bien esas preguntas no tienen ni tendrán respuesta es importante comprender que el compromiso de Dios en Cristo no lo fue para un momento en particular sino para todos los tiempos y todos los lugares. En ese sentido “el lugar y la hora” no son relevantes en sí mismos sino que lo importante es su proyección a todos los lugares y tiempos. En Hijo de Dios vino en aquel momento para llenar con su gracia todos los momentos.

El texto dice que “siendo en forma de Dios… se despojó a sí mismo”. Esta es una oportunidad para meditar sobre la encarnación. ¿Cuál era la necesidad de Dios de hacerse ser humano? La respuesta es clara y contundente: ninguna. No es Dios el que necesita hacerse ser humano sino que lo hace por nosotros. Somos nosotros los que recibimos la bendición de poder compartir con Dios nuestros días y trabajos. Es nuestra necesidad de encontrar claridad en el mensaje de Dios que lleva al Señor a hacerse uno como nosotros y mostrarnos que está dispuesto a padecer nuestros límites y morir por nosotros. La encarnación tiene como fin que podamos acercarnos más a Dios y conocer mejor su plan para nuestra vida.

Entonces comenzamos a comprender la densidad de lo que hizo Dios. Al abandonar la “forma de Dios” el Señor demuestra un compromiso con lo humano –con nosotros– de una radicalidad tal que no siempre comprendemos. Asume todas las limitaciones que nos son propias: una geografía, un tiempo, una cultura, un cuerpo y con ello todas sus características: una raza, un sexo, un particular color de piel y ojos. Habló la lengua de su tiempo y lugar, no otra. Visitó tal aldea y tal familia y no otras. Pudo dirigirse a pocas personas –las que habitaban esa geografía y tiempo, las que estaban donde él estaba– y no a la mayoría de las personas que habitaban el globo, incluso en su mismo tiempo.

Dejar de “ser Dios” (que no tiene límites espaciales ni temporales) tuvo un costo inmenso para él y produjo una ganancia infinita para nosotros. De entrada debemos descartar la supuesta santidad de los momentos elegidos. Nada en los evangelios sugiere que Palestina haya sido más santa que otras tierras, ni que la lengua aramea tuviera algún signo de particular bendición. Tan vulgar era que a los pocos siglos fue abandonada y murió como lengua. Ni el siglo que luego llamaríamos eI mejor tiempo que el XVI o el XXI. La encarnación no se efectúa como premio a una época ni a un lugar sino como respuesta a las necesidades de las personas de reconocer en ese hombre de Galilea al enviado de Dios, a su Hijo, que no se desentiende de nosotros –como un Dios que vive en la soledad del cielo– sino que da su vida para rescatar la nuestra.

La exaltación de lo humano

En la encarnación Dios manifiesta su amor por lo humano y su respaldo a lo mejor de nosotros. Jesús se comprometió de tal manera con nuestra vida y nuestros límites que es a partir de ver en él alguien asumió nuestras fragilidades como podemos acercarnos más a su mensaje. Podemos decir que porque Cristo fue judío es que puede recrearse desde los indígenas o desde nuestras identidades regionales; porque fue varón es que puede ser comprendido desde la experiencia de ser cabalmente mujer; porque fue pobre es que revela la inhumanidad de la opresión y las injusticias. Jesús fue un marginado religioso por las autoridades sacerdotales de su tiempo y es así que puede ser comprendido desde la fe de la Iglesia.

Ver a Cristo como el Dios que decide abandonar el privilegio de una existencia sin contradicciones y sin desafíos nos revela que su mensaje más que denunciar la fragilidad de la vida la exalta y la coloca como un valor sagrado. Ahora podemos decir que no solo somos esta criatura humana que tiene en sí misma mucho de la irracionalidad de aquellos antepasados que vivían en los árboles y comían frutos silvestres sino que Dios mismo asumió esta nuestra forma. A las virtudes de la “forma de Dios” ahora se le debe agregar que haya aceptado –y por lo tanto jerarquizado con su presencia– la “forma humana”.

¿Qué haremos con esta forma humana?

Habiendo recibido la bendición de que Dios se hiciera ser humano y comparta nuestra vida, debemos preguntarnos qué haremos con esta vida que tenemos. Al conocer a Cristo ya no es posible pensar que estamos aquí solo para durar, para pasar un tiempo sin sentido donde lo único que puede valer es sacarle el mejor provecho sin preguntarnos por otra cosa que no sea nuestro propio bienestar. La jerarquía de la vida humana ha sido puesta en lo más alto por la acción de Dios y por su compromiso. ¿Qué, pues, haremos con ella?

La vida del creyente, de acuerdo a este pasaje, debe exaltar el nombre de Jesús. Sin duda que esta expresión puede interpretarse de muchos modos, pero en el contexto del himno es evidente que la exaltación del nombre de Jesús se presenta en contraste con la multiplicidad de deidades que adornaban el panteón romano y también en relación con la deificación del César. La afirmación a los creyentes que viven en Filipos es que el único que merece que se arrodillen delante de él es el Cristo. Y este derecho no lo tiene por la misma razón que lo reclaman los ídolos o el César, sino porque este Dios –el verdadero Cristo– dio primero su vida por la nuestra.

Mientras que dioses y césares reclaman adoración a la fuerza y en respuesta al miedo y las represalias; mientras que ellos nada han hecho por su pueblo sino oprimirlo y aprovecharse de él, el Dios de la Biblia ha enviado a su Hijo y ha vivido y muerto por nosotros. La adoración no es producida por la vanagloria de Dios sino por la “acción de gracias” del creyente que reconoce en su Dios alguien que se ha jugado por él.

Es importante insistir en el origen de la gratitud a Dios. Muchas veces se piensa que la adoración y la gratitud son una exigencia de Dios. Que el cristiano debe adorar a Dios porque él así lo pide. Nada más lejos de la voluntad de Dios que esos pensamientos. El no nos bendice para “cobrarnos” luego en plegarias y adoración, como tampoco escucha nuestras oraciones para que luego le “abonemos” el servicio de prestarnos la oreja.

Dios nos bendice y escucha porque nos ama, y quien ama –y especialmente cuando es Dios el que ama– lo hace sin pedir nada a cambio. La gratuidad del amor de Dios es su signo y su sentido. Libera a los esclavos de Egipto, levanta a los profetas, convoca a los líderes de la fe, reúne a los discípulos de Cristo, da fuerzas al apóstol Pablo y sus colaboradores, y tantos otros actos más que si quisiéramos pagarlos no alcanzaría la vida. Entonces la alabanza y la adoración no son exigidas por Dios sino una respuesta natural y espontánea a las bendiciones recibidas. ¿Podemos no ser agradecidos ante tal regalo? ¿Olvidaremos fácilmente lo que el Señor ha hecho y hace por nosotros como para olvidar cantar salmos en su nombre?

En la predicación es importante no omitir el sentido de estos conceptos para el oyente. La claridad teológica debe alimentar la claridad en la opción concreta de vida y su consecuencia para la misión de la Iglesia, o en caso contrario no existe tal claridad teológica o es irrelevante. La pregunta por cuáles son las opciones que como creyentes hacemos y cuál es el criterio para llevarlas adelante, cómo se expresa en nuestra vida la exaltación de Cristo como Señor y salvador de la creación y cómo se refleja eso en la vida y misión de la Iglesia, deben ser las que primen en nuestro sermón.

Conclusión y esquema

El mensaje deberá enfatizar:

  • La decisión de Dios de hacerse ser humano.
  • Las consecuencias para la vida humana, su valoración y prestigio.
  • La invitación a exaltar el nombre de Jesús por sobre toda otra potestad.
  • Llamar a vivir de acuerdo a la voluntad de Dios.

Proponemos el siguiente esquema para un sermón sobre este texto:

  • Introducción explicando el carácter hímnico del texto.
  • ¿Qué es la encarnación? Qué significa que Dios se haya hecho ser humano.
  • La “forma de Dios” y la “forma de ser humano”
  • Buscar vivir de acuerdo al Dios que asumió nuestras limitaciones.
  • Explicar que de ese modo Dios exaltó la vida humana y la colocó por encima de todo.
  • ¿Qué haremos entonces con esta vida?
  • ¿Vivir de acuerdo al evangelio o gastarla en cosas superficiales?
  • La alabanza como respuesta a las bendiciones de Dios.
  • Invitar a la fe y confianza en el Dios que está al lado nuestro.
  • Conclusión: Invitar a compartir esa fe y esa confianza.
Pablo Andiñach, biblista metodista argentino en Estudio Exegético–Homilético 65 – Septiembre de 2005, ISEDET, Buenos Aires, Argentina


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