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Mateo 16.13 20 – Presentación de Pablo Andiñach
La pregunta de Jesús a sus discípulos suena hoy tan válida como en aquellos tiempos. “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”
Nombres y personajes
En este pasaje se nombran muchas personas. Cuando los discípulos responden a su pregunta nombran a Juan el Bautista, Elías, Jeremías… El primero había sido recientemente asesinado por Herodes (14.1-12) y que muchos lo consideraban un profeta de tal magnitud que bien podía resucitar y volver a presentarse en la figura de Jesús.
Sobre Elías existía la tradición de que había de volver. Esto se basaba en la narración de su exaltación a los cielos (2 Rey 2.11) en reemplazo de una simple narración de su fallecimiento. Luego se menciona a “Jeremías y alguno de los profetas”, para recordarnos que la expectativa mesiánica se construyó sobre la esperanza de que alguno de los grandes hombres de Dios volvería para instaurar el reino eterno.
Otro nombre es el Hades. Es obvio que no tiene un referente geográfico pero en la concepción de la época era un lugar bien específico. Era el lugar donde moraban las almas de los muertos a la espera de la resurrección final. Debe evitarse toda asimilación a la idea de lugar de castigo presente en la palabra infierno. El Hades era el lugar donde justos e impíos moraban: en el juicio final algunos iban a ser retenidos en el Hades mientras que otros saldrían para habitar en el Reino celestial. La expresión “las puertas del Hades no la dominarán” significa que quienes estén en la iglesia no serán retenidos en aquel juicio por este lugar de muertos.
La confesión
Ante la evidente confusión Jesús insiste en preguntar ahora a ellos mismos quienes dicen que él es. A esta pregunta contesta Pedro afirmando que él es “el Cristo, el hijo del Dios viviente”. Confesarlo Cristo significa que es más que un excelente maestro de doctrina, más que un sabio versado en las escrituras. Cristo significa ungido, elegido por Dios para una tarea que ningún otro puede realizar por él. Decir que es el Cristo es reconocer que en la historia de Dios con su pueblo se ha operado una bisagra fundamental.
A la vez, confesarlo hijo del Dios viviente era una forma de declarar su vínculo con el Dios de Israel. Sobraban dioses romanos y griegos, cananeos y egipcios, y tantos otros a los que podía atribuírseles el poder de enviar un emisario. La expresión Dios viviente se aplicaba en los círculos judíos sólo a su Dios y como una forma de distinguirlo de los demás. Mientras el Dios de Israel era un Dios que actuaba en la historia y hablaba por medio de sus profetas, los otros Dioses eran considerados mudos, silenciosos, inexistentes.
Jesús dice “sobre esta piedra edificaré mi iglesia.” ¿Se refiere a Pedro o a la confesión que el discípulo acaba de hacer? En el texto es claro que es la confesión de fe que acaba de hacer la que otorga a Pedro la condición de ser alguien sobre el que se construirá la naciente iglesia. Algunas líneas más abajo Jesús lo va a llamar Satanás (16.23) debido a que su actitud estorba el desempeño del ministerio de Jesús y sin duda sobre esa otra actitud del mismo Pedro no hay ninguna iglesia que se pueda construir. Jesús no delega la tarea de construir la iglesia en Pedro sino que preserva para sí mismo la autoridad de la tarea. Es el Señor el que dirigirá la construcción. Del mismo modo la declaración de Jesús es referida a esa situación particular y no supone la transmisión a sucesores, esto es, el poder de determinar quién ha de seguir la construcción luego de Pedro. De hecho, el liderazgo –a poco de comenzar a crecer la iglesia luego de pentecostés– se va a diversificar incluso sobre anónimos, lo que refuerza la idea de que es la declaración de fe la que concede continuidad al liderazgo y la existencia de la comunidad.
La iglesia de ayer y de hoy
Este texto es de una riqueza inmensa. No sólo habla de la base confesional de toda iglesia cristiana sino que nos enfrenta con el desafío de ser lo que allí se confiesa. En otras palabras, nos confronta con la responsabilidad de anunciar que Jesús es el Cristo. La iglesia naciente hizo de esa confesión la roca sobre la que basó su fundamento. Por afirmarla encontraron la vida y a veces también la muerte hombres y mujeres de todos los tiempos. La iglesia de hoy también tiene por delante la tarea de afirmar las mismas palabras y hacerlas el centro de su anuncio.
Vamos a señalar tres aspectos en la vida de la iglesia actual que consideramos deben estar presentes en una predicación sobre este tema. El primero es que afirmar a Jesús como Cristo es negar la deificación de toda otra esfera de la vida. Hoy se deifica desde el mercado económico hasta los artistas televisivos. A estos se los llama “ídolos” sin reparar en el sentido de esa palabra. El mercado deificado es quizás el ejemplo más triste. Hay que creer en lo benéfico de sus leyes como si la economía no fuera una ciencia casi exacta cuyos resultados contradicen esa prédica en cada momento. Y como todo ídolo ese mercado reclama víctimas: los desocupados, los jubilados, los jóvenes sin futuro, los niños olvidados, y tantos otros son ofrecidos en su altar.
Otro aspecto de afirmar a Jesús como Cristo es que anuncia el triunfo de la voluntad de Dios por sobre la muerte y la mentira. Pero ese triunfo que debe ser conocido por todos está velado por la mezquindad humana y por la inacción de la iglesia. Nuestra pereza demora el hecho de que otras personas conozcan la alegría de vivir como parte de un pueblo que sabe que la última palabra la tiene Dios y que ya ha manifestado su voluntad para con sus hijas e hijos. Cada lágrima derramada por efecto de la crueldad humana es una afrenta al Cristo resucitado que sufrió para que el dolor injusto no existiera más.
El tercer aspecto de proclamar a Jesús como el Cristo consiste en que hemos de asumir ser parte de su iglesia allí donde nos ha tocado estar. Los primeros cristianos no eligieron ni el tiempo ni el lugar para vivir su fe. Tampoco nosotros elegimos este tiempo. Pero aquí debemos dar testimonio de la presencia de Cristo en medio nuestro. Quizás debamos comenzar por preguntarnos qué significa ser testigo de Cristo hoy en este barrio, en esta ciudad. Quiénes son aquellos que nos rodean y que esperan al igual que aquellos habitantes de Galilea que el Jesús hecho Cristo se les presente y les cambie la vida. La diferencia es que hoy la tarea es nuestra.
Pablo Andiñach, biblista metodista argentino en Comentario Exegético-Homilético 29, ISEDET, agosto 2002. Resumen de GBH.
Isaías 51.1-6 – Presentación de Samuel Pagán
Aquí comienza un extenso poema que contiene un mensaje de esperanza y consolación (51.1–52.12), aunque ahora solo analizamos los vs 1-6 que nos propone el leccionario. Con las sugestivas imágenes de la "cantera” y de la “roca”, el origen de Israel se remonta a Abraham (cf 41.8), a quien, cuando aún no era más que uno solo, Yavé lo llamó y lo bendijo. Y aunque la historia posterior quedó desvirtuada por el pecado de Jacob (43.27), las bendiciones a los patriarcas continuarán en sus hijos. Estas bendiciones incluyen el don de la tierra, la milagrosa fecundidad de un Israel momentáneamente estéril (49.18-19; 54.1-3; cf Gn 28.14) y la transmisión de bienes salvíficos a otras naciones (42.6-7; cf Gn 12.2-3).
La imagen de la cantera habla de una piedra extraída de la roca, que es símbolo de firmeza y estabilidad duraderas. Así son los descendientes de Sara y Abraham, como piedras de cantera, bien fundamentados en las memorias del padre que los engendró y de la madre que los dio a luz y, aunque ahora están en ruinas, esas piedras servirán para formar una nueva construcción, firme y perdurable. Por tanto, ellos no deben tener miedo del presente ni del futuro, ya que el brazo del Señor los librará del cautiverio.
Dos palabras clave en esta sección son “Escúchenme” (51.1, 4, 7) y “Despierta” (51.9, 17; 52.1), que invitan a prestar oídos al mensaje de salvación y están destinadas a suscitar la esperanza. En 51.4-8 se pone de relieve la importancia de “escuchar” y estar “atentos” a la revelación de Dios. El “brazo del Señor”, símbolo de su poder y autoridad, se despliega para afirmar la Ley, que no se presenta como una serie de preceptos y ordenanzas, sino como una instrucción y un sistema de educación liberadora, destinados a implantar la justicia y traer la salvación. El mensaje es nuevamente de esperanza y de consolación. La ley, la justicia y la salvación provienen del Señor. Aunque los cielos se desvanezcan y envejezca la tierra, la justicia divina “permanecerá para siempre” y la salvación de Dios “de generación en generación” (51.8).
El pasaje de 51.4-5 evoca el mensaje de 2.2-4: la Ley saldrá de Sión, y la expresión “luz de los pueblos” puede relacionarse con la misión del Siervo del Señor (42.6; 49.6). Tanto la Ley como la luz saldrán de Sión, que es una forma poética de referirse a Jerusalén.
El cap 51 comienza con un largo oráculo de salvación, caracterizado por la repetición del imperativo “¡Despierta!”, dirigida primero al “brazo del Señor” (51.9) y luego a Jerusalén (51.17). En los días antiguos, el Señor liberó a su pueblo “con mano poderosa y brazo extendido”; ahora es llamado a renovar sus actos de liberación derrotando a Rajab, el dragón mitológico que personifica al caos primordial.
Acerca de esta victoria del Señor nos ilustran las cosmogonías antiguas, que anteponían a la acción creadora del demiurgo un gran combate con las fuerzas del caos y el triunfo consiguiente. En el AT se encuentran reminiscencias de esta lucha mitológica: la victoria de Yavé sobre Rajab (Sal 89.11), sobre el dragón o Leviatán (Sal 74.13; Is 27.1) y sobre el abismo o Tiamat (Gn 1.2; Hab 3.10; Sal 104.6-8).
En estos pasajes bíblicos, la creación se describe como una acción divina que establece un orden y fija los límites de cada cosa creada (cf Sal 104.5-9). A esta idea se asocia en 51.10 la imagen de secar el mar y abrir un camino en lo más profundo de las aguas, en referencia a la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Así se pone de manifiesto que el Dios que triunfó sobre el caos, estableció un orden en el mundo y luego secó los abismos del mar, está dispuesto a repetir sus antiguas proezas con el pueblo en el exilio. Esta evocación del poder divino manifestado en el pasado es una formidable demostración de lo que puede hacer el Señor en el presente.
Samuel Pagán, biblista puertorriqueño, Discípulo de Cristo, Isaías en Comentario bíblico latinoamericano, Verbo Divino, Navarra, España, 2007.
Romanos 12.1-8 – Presentación de Juan Calvino
Ya que en Cristo únicamente se halla la perfección de todo bien y que en Él se nos ofrece diariamente esa misma salvación, ahora el Apóstol se ocupa de la formación de las buenas costumbres. En efecto, por el conocimiento de Dios y de Cristo, el alma es regenerada en una vida celestial. Por las santas exhortaciones y la enseñanza esta vida llega a ser ordenada. Pero antes, debemos conocer el manantial de toda justicia, que está en Dios, y en Cristo.
1_ Así que, hermanos, yo les ruego por las misericordias de Dios.
San Pablo ruega a sus hermanos romanos que se sujeten a la misericordia de Dios. No como quienes infundiendo terror en las almas tratan se llevarlas a una obediencia forzosa. Nos unimos más a Dios no por un miedo servil, sino por un amor justo, sincero, voluntario y alegre. Pues si la salvación de las almas depende de la gracia de Dios solamente, qué buena es la dulzura espiritual del apóstol suplicando dulcemente.
Que se presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. Nos damos cuenta de que estamos consagrados al Señor. Por lo tanto, ya no debemos vivir para nosotros mismos. Pertenecemos al Señor, y por tanto debemos ser santos. El apóstol llama cuerpo no solamente a la carne, sino también a nuestra personalidad. En otras palabras, exige de nosotros no solo la integridad y pureza del cuerpo, sino también del alma y del espíritu, como dice en 1 Tes 5.23.
¿Cuáles son los sacrificios recomendados por San Pablo a la iglesia cristiana? Es que habiendo sido reconciliados con Dios por el sacrificio único de Cristo, somos todos por su gracia convertidos en sacrificadores, dedicando a la gloria de Dios cuanto somos y tenemos.
2_ Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente.
Quien quiere entrar en el reino de Dios tiene que renacer totalmente, pues todos estamos completamente alejados de la justicia de Dios.
Para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto:
para que renunciando a todas las imaginaciones y deseos procedentes de unos y otros, nos conservemos siempre en la vocación de Dios, en la cual la inteligencia es verdadera sabiduría.
3_ Por la gracia que me es dada…
Pablo califica su oficio de Apóstol como gracia para engrandecer la bondad de Dios y dar a entender, al mismo tiempo, que él no lo hace temerariamente, porque por el llamado de Dios él es Apóstol.
Digo a cada uno de ustedes que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con sensatez, según la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Veamos en qué fantasías se meten quienes por loca ambición quieren elevarse más allá de los límites establecidos por Dios. El resumen del asunto es: Que forma parte de nuestro sacrificio racional el que cada uno mantenga un espíritu bondadoso y dócil para dejarse conducir y gobernar por Dios, como a Él le agrade.
4-5_ Porque así como en un cuerpo hay muchos miembros, y no todos los miembros tienen la misma función, así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo y no todos los miembros tienen la misma función.
Todos somos llamados a estar unidos, porque Cristo ha fundado una sociedad y establecido unan unión entre todos sus discípulos, y él mismo es el lazo de unión. Que cada uno se gobierne y administre según la media de su facultad y no se mezcle en lo que concierne a otro; que no desee tampoco hacerlo todo, sino que contentándose con su condición se abstenga de usurpar la labor de los demás.
6_ Ya que tenemos diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada…
San Pablo no nos predica ahora únicamente el amor fraternal, sino también la modestia, porque ella es quien modera y ordena toda nuestra vida. La sociedad y comunidad entre los cristianos no subsistiría si no fuese porque entre ellos la ayuda recíproca, haciéndose evidente, obliga a compartir con los demás lo que cada uno ha recibido. Cada uno debe contribuir con su porción cuidadosamente a la edificación de la Iglesia, por medio de los dones recibidos, para que nadie, dejando su propio ministerio, se encargue del de los demás.
Si tenemos el don de profecía, usémoslo conforme a la medida de la fe.
Hay quienes dicen que el don de profecía se refiere al don de predecir el futuro relacionado con la Iglesia, como el de predecir dónde va a tener éxito el Evangelio y la Iglesia… Yo creo, siguiendo la opinión de muchos, que se trata un don especial de revelación, es decir, que se refiere a los expositores bíblicos, porque estos dan y anuncian por medio de sus enseñanzas la voluntad de Dios. Después de que Cristo y su Evangelio dieron por cumplidas todas las profecías antiguas y todos los oráculos de Dios, el don de profecía no es otra cosa que el don de entender las Escrituras y explicaras con singular maestría.
Por la palabra fe, se entienden todos los primeros rudimentos y las máximas principales de nuestro credo y por consiguiente toda doctrina que no esté de acuerdo con esto debe ser declarada falsa y reprobada.
7-8_ Si tenemos el don de servicio, sirvamos; si tenemos el don de la enseñanza, enseñemos; si tenemos el don de exhortación, exhortemos…
El Apóstol recomienda a los doctores una sólida instrucción, en el sentido de que quien tenga el don de enseñar sepa que debe dirigir a la Iglesia por medio de una enseñanza verdadera, para que la Iglesia aproveche y sea realmente educada.
Si debemos repartir, hagámoslo con generosidad… Si debemos brindar ayuda, hagámoslo con alegría…
Son dos cargos distintos: el de proporcionar a los pobres lo necesario su sustento y el de cuidarlos y curarlos. A los primeros recomienda el Apóstol la simplicidad, por la cual, honradamente y sin hacer acepción de personas distribuyan fielmente lo que se les ha encargado; y en cuanto a los otros, desea que cumplan con su cometido gozosamente porque si lo hicieran con acritud o desdén su servicio carecería de la gracia, como a menudo sucede.
Juan Calvino, reformador francés, 1509-1564. Epístola a los Romanos, Publicaciones de la Fuente, México, 1961. Resumen de GB, pp 315-325.
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