Recursos para la predicación

17 Jul 2023
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 30 JulioJul 2023

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Evangelio de Mateo 13.31-33, 44-52 – Presentación de René Ktrüger

Introducción

El Leccionario propone Mateo 13.31-33, 44-52. Dado que es difícil predicar sobre tres parábolas a la vez, sugerimos limitar la predicación a la dupla de las parábolas del grano de mostaza y de la levadura.

La parábola del grano de mostaza se conecta con las del sembrador y de la cizaña mediante las palabras-corchete sembrar, semilla y campo. Conviene, pues, tener en cuenta lo dicho en el repaso exegético de las parábolas anteriores.

El texto marca un cierto contraste con respecto a la parábola del trigo y la cizaña, pues mientras allí hay mezcla de buena y mala semilla, aquí sólo hay excelencia: semilla de mostaza rendidora, levadura útil.

Breve reflexión teológica

Una vez más, el reino de los cielos es introducido como una realidad presente, pero presente de manera secreta, velada, tapada. Esta presencia, cuyos comienzos son sumamente humildes e insignificantes, fácilmente puede ser ignorada o pasada por alto, pues no tiene nada de espectacular. El reino ha llegado, pero no en la manera espectacular e inconfundible como muchos contemporáneos de Jesús se lo habían imaginado. Esto es uno de los misterios del reino (Mateo 13.11) que los discípulos van captando “a los tumbos”. Por su parte, el desarrollo del reino es imparable y su final será glorioso, diametralmente opuesto a sus comienzos y quizá a su mismo crecimiento. Nótese que si bien la idea de crecimiento está presente, ambas parábolas trabajan fundamentalmente sobre el contraste entre el comienzo y el final de todo el proceso.

La peor tentación para la predicación sobre estas dos parábolas consiste en identificar el reino con la iglesia (o la iglesia con el reino), y hablar entonces de los comienzos insignificantes y la actual extensión de la iglesia universal sobre toda la tierra. Esto indefectiblemente lleva al triunfalismo de una teología de la gloria, opuesta al espíritu del evangelio y a lo que nos es revelado sobre Dios: que él obra en lo pequeño, lo insignificante, lo despreciable, lo marginal, lo bajo, lo condenable, lo crucificado. Que obra en el sufrimiento, que transforma a las personas y capacita a quienes son o se creen inútiles para grandes cosas.

Algunas pistas para la predicación

  • A lo largo y a lo ancho de América Latina, vivimos una depresión general debido a la situación socioeconómica trágica de nuestros pueblos, caracterizada por la exclusión, la miserización, la desesperación y la desesperanza. Algunos países están al borde del precipicio, en otros ya se produjeron explosiones sociales, y en muchos lugares se está acumulando un peligroso potencial de muerte. ¿Dónde quedó el reino, dónde quedaron sus promesas? ¿Qué podemos esperar en medio de esta situación cada vez más cerrada y lúgubre? ¿Queda acaso algo positivo por esperar?
  • Estas sencillas parábolas de Jesús sobre el reino quieren ayudarnos a reconstruir la esperanza en que es posible otro estado de cosas. Las parábolas nos animan a “engancharnos” en un proceso de crecimiento del reino, que comienza casi con una “nada”: la promesa de la presencia de Jesús; pero sepamos que ese crecimiento es imparable y que en su momento el reino será reconocido en toda su gloria.
  • A partir de este cuadro y llevando las comparaciones a nuestras vidas, podemos animarnos a decir y a creer que toda acción de amor derivada de nuestra participación en el reino colabora con su crecimiento, anticipa el reino en pequeñas dosis, “promociona” el reino, y a su vez nos afirma en la esperanza. ¡Vale la pena participar!
René Krüger, Comentario Exegético-Homilético 28, ISEDET, julio 2002. Publicamos una parte del comentario aludido.


Introducción a los libros de los Reyes – Presentación de Gerardo José Söding

¿“Reyes” o “Profetas”?

Los libros de los Reyes formaban en la Biblia hebrea un solo volumen, el cuarto de los Profetas anteriores, atribuido por la tradición judía al profeta Jeremías. La traducción griega lo dividió en dos libros, agregó ambos al de Samuel y llamó Libros de los Reinos I-IV al conjunto que hoy conocemos como 1-2 Samuel y 1-2 Reyes.

“Reyes” y “Profetas”; más allá de las personas a las que refieren, estos nombres se vuelven categorías simbólicas de diversos modos de comprender , proponer y transmitir la historia del pueblo de Dios, que incluye y supera a los reyes y a los profetas. Se trata de esta historia larga y compleja, que ha llegado a una crisis extrema con el pueblo del antiguo pacto en el destierro.

¿Quiénes hacen esta historia? Cuando decimos “Reyes” representamos la iniciativa y la responsabilidad humanas, el drama del amor y el ejercicio del poder en la vida pública, en las instituciones del Estado nacional y en las relaciones internacionales. Y cuando decimos “Profetas”, vemos que irrumpe la soberana libertad divina, el drama del amor de Yavé, gratuito y celoso, comprometido y exigente, aliado con su pueblo y Señor de todas las naciones.

La historia real vivida por los creyentes no puede prescindir de ninguno de sus protagonistas –humano y divino–; la historia narrada por creyentes tampoco podría hacerlo. Ha de ser un relato; debe dar cuenta de la historia; propondrá la mirada de la fe. En esta triple necesidad radica su afán, su riesgo y su esperanza.

Así lo ha mostrado ya la larga narrativa histórica que precede a los libros de los Re, pero en estos la cuestión se profundiza debido a una doble novedad: por una parte, el autor remite a documentación oficial que podía ser verificada (Anales de los reinos de Israel y de Judá); por otra parte, incorpora a su narración sucesos y personajes públicos más allá de los límites de Israel. Ambos aportes reclaman una fidelidad más atenta a la objetividad de lo acaecido y, a la vez, revelan una fe más honda en Yavé, quien conduce misteriosamente los caminos de Israel y de todos los pueblos.

El final de una larga historia

El relato de los libros de los Re cubre los acontecimientos desde el final del reinado de David (hacia el 970 aC) hasta el destierro a Babilonia con el rey Jeconías (562 aC, cf 2 Re 25.27); son más de cuatrocientos años de historia del pueblo de Israel, atravesados por una suerte de avatares, desde el esplendor glorioso hasta la ruina miserable. Ha de comprenderse como larga conclusión de toda la Historia deuteronomista, el conjunto que abarca los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, inspirada en la concepción teológica del libro del Deuteronomio.

El narrador de Re introduce a sus primeros personajes sin ninguna presentación –deben ser conocidos por el lector–, y remite en numerosas ocasiones a palabras o hechos narrados en los libros anteriores, en particular los de Samuel. Ya a esta altura del relato deuteronomista, ciertas expresiones repetidas delatan un estilo literario característico. Y al mismo tiempo, las realidades y los símbolos llegan a esta etapa matizados en su sentido y valor por las apariciones anteriores. Se merece, pues, una lectura en continuidad, sensible, inteligente y profunda.

Escrita por creyentes para creyentes

La certeza más firme de la fe del autor, la que enciende toda su pasión y condiciona todos sus juicios –elogiosos o condenatorios, con poca sutileza de matices–, es el monoteísmo, tal como se expresa en el credo del Deuteronomio: Escucha, Israel, Yavé nuestro Dios es el único Yavé. Amarás a Yavé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6.4-5).

En consecuencia, el pecado más grave es la idolatría. No hay Dios fuera de Yavé; todos los demás, adorados y servidos como dioses por los otros pueblos, no son sino ídolos abominables. Y, sin embargo, seducen a Israel a lo largo de toda su historia, poniendo a prueba su amor y fidelidad. Israel es el pueblo de Yavé, el Dios que no admite rival ni componendas en su amor ardiente (cf Dt 4.24). En Re, la figura emblemática es Elías, el profeta de fuego, y la escena imborrable es el sacrificio en el monte Carmelo, con el desafío lanzado al pueblo entero: Si Yavé es Dios, síganlo; si Baal lo es, sigan a Baal (1 Re 18.21). El pueblo entero, por tanto, tiene la libertad y la responsabilidad que brotan de esta alianza fundacional.

Este primer artículo de la fe deuteronomista debe afrontar una seria dificultad en el mismo terreno de la fe de Israel en Yavé. Se trata de la institución de la monarquía, tal como lo había advertido el prólogo teológico (cf Dt 17.14-20) y el comienzo histórico (cf 1 Sm 8, donde el pueblo pide al profeta Samuel un rey). En efecto, la monarquía ha introducido una novedad no solo en el ámbito de las relaciones políticas, económicas, sociales y religiosas en el pueblo (o al menos en ciertos sectores), sino que, partir del rey David, está asociada a una promesa incondicional de Yavé: Tu casa y tu reino permanecerán para siempre… tu trono estará firme, eternamente (2 Sm 7.16).

No es de extrañar que esta “novedad” encontrara resistencia en amplios círculos de Israel, más vinculados a las antiguas tribus del Norte y a la tradición de grandes profetas que, precisamente en nombre de Yavé y solo Yavé –el aspecto más destacado de los profetas en 1-2 Re–, denuncian la injusticia social y exigen fidelidad a la alianza de Moisés. Este último aspecto, más destacado en los profetas “escritores” como Amós y Oseas, de ningún modo está ausente en Re (el caso de “la viña de Nabot” es ejemplar; cf 1 Re 21). Tampoco sorprende, en el otro extremo, que los círculos más cercanos a la corte de Jerusalén, vinculados a las tradiciones de las tribus del Sur, a la herencia de David y a la teología de Sión, se sintieran más seguros, cual privilegiados destinatarios de una posición garantizada por Yavé.

Primer Libro de los Reyes 3.4-15

El conocido relato del sueño y la petición de Salomón muestra semejanzas de forma y contenido con muchos otros de las culturas de la época (sumerios, egipcios, griegos… ¡hasta 22 versiones distintas!). Sin embargo, el interés del texto bíblico es original: se trata de la sabiduría concedida por YHWH a Salomón, quizá su rasgo más propio en  el libro y en toda la tradición judía –recibido también en el cristianismo–. Salomón es el (rey) sabio.

La narración comienza en Gabaón, donde Salomón ofrece mil holocaustos, en una ostentación pública de piedad regia. Pasa la noche en el santuario y YHWH se le comunica en un sueño, medio de revelación divina común en el mundo pagano y también en relatos bíblicos antiguos (cf Gn 28.12; 31.11). El sueño se desarrolla como un diálogo. Dios (elohim, solo en los vs 5b y 11) invita al rey a pedir, sin límite. La petición de Salomón (vs 6-9) comienza con una afirmación muy importante que enlaza con el pasado: su ascensión al trono es obra del mismo YHWH, en virtud de la fidelidad de David (cf 2 Sm 7.12; 1 Re 1.48).

En la situación presente, el rey se presenta con humildad casi afectada: soy un muchacho y no sé cómo salir ni entrar; como exagerada parece también la inmensidad del pueblo elegido. Así se fundamenta el pedido de un corazón oyente para juzgar, para discernir entre el bien y el mal. El corazón para el hombre y la mujer bíblicos es la sede de la conciencia y de la voluntad (no de los sentimientos)); “oyente” es la actitud fundamental del creyente en Israel, como dice su oración (shemá; cf Dt 6.4)); “juzgar” incluye tanto promulgar leyes justas como aplicarlas con sentencias justas. Y esta era la principal función del rey.

El narrador interrumpe para valorar la petición de Salomón: agradó a YHWH (v 10).

Dios responde (vs 11-14) contraponiendo al pedido del rey una serie de dones que serían bendiciones para su persona (larga vida, riquezas, vida de los enemigos) que Salomón no ha pedido; y muestra su generosidad sobreabundante: le concede lo que ha pedido en un grado insuperado e insuperable y también lo que no ha pedido: riquezas y gloria únicas mientras viva, y larga vida a condición de su fidelidad a la Ley (cf Dt 30.20, doctrina de la retribución).

Salomón despierta y vuelve a la realidad: ¡Había sido un sueño!, es decir, una revelación. Entonces va a Jerusalén y sacrifica ante el arca de la alianza de YHWH y la fiesta se completa con un banquete para sus servidores.

La fuerza simbólica del relato se impone. La sabiduría que YHWH concede a Salomón es única; la justicia que de ella depende (y los dones que la acompañan) debe acercar a YHWH; el rey y el pueblo han de abandonar los lugares altos para darle culto en Jerusalén y celebrar allí juntos.

Gerardo José Söding, biblista y teólogo católico argentino, en Los libros de los Reyes, Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Navarra, España, 2005.


Romanos 8.26-39 – Ver el texto de Elsa Tamez sobre la Carta a los Romanos

Y el comentario de Juan Calvino al capítulo 8 de Romanos, en los Recursos del Domingo pasado.


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