Recursos para la predicación

29 Ago 2022
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Recursos para la predicación 04 SeptiembreSep 2022

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Evangelio de Lucas 14.25-33

El texto contiene tres partes: un dicho doble en los vs. 26 y 27 (con un paralelo en Mt 10.37-38, con otra formulación, no tan radical como la lucana); una parábola doble (la torre y la guerra), que tiene los colores del material peculiar lucano, con un énfasis no en la autoentrega, sino en el autoexamen; y un dicho final, que vuelve al tema planteado en la primera parte, y que sintetiza una típica preocupación lucana: la renuncia a las posesiones como condición para el discipulado.

Estamos, pues, ante una cuestión fundamental, que es la seriedad del seguimiento; y dos temáticas entrelazadas que exigen decisiones bien pensadas: las relaciones familiares y las posesiones.

Esta composición sobre el desprendimiento en sus dos vertientes, lo relacional y lo económico, nos coloca ante varios desafíos: el valor, la importancia, el peso y también los conflictos de las relaciones familiares; y el dilema entre lo necesario para una vida digna y el derroche innecesario.

En términos humanos, habría que decir que es insuperable la honestidad de Jesús. Antes de prometer cualquier cosa a quienes quieren seguirle, les exige muy claramente un compromiso total, ilustrando su planteo con dos ejemplos sobre la necesidad de un cálculo bien pensado de las tareas y los riesgos de esta “empresa” que se llama discipulado.

Comentario

V. 25: Jesús realiza un acto dramático, con el objetivo de someter a prueba el entusiasmo momentáneo y seguramente poco pensado reflexionado de mucha gente que le quería seguir.

V. 26: llama la atención el empleo del verbo miseo, aborrecer, odiar, despreciar. El lenguaje oriental suele emplear términos fuertes y duros, y dice odiar donde el occidental prefiere emplear vocablos que denotan más bien indiferencia o menor preferencia. Estamos aquí ante un lenguaje de contraste exagerado, en el cual el aborrecer a todos los familiares no tiene, pues, un sentido literal; sino que denota opciones y preferencias, fundamentalmente allí donde el padre, la madre o algún familiar llegara a interferir en el seguimiento de Cristo o se opusiera al mismo.

La especificación aun también su propia vida, refuerza las exigencias y plantea la mayor renuncia posible. Ubicando el texto lucano en su contexto histórico, se concibe que Lucas entienda que el martirio era una posibilidad siempre presente para cada cristiano/a. En este punto se cruzan -quizá habrá que decir: se chocan– dos líneas fundamentales de la existencia de la persona creyente: el “instinto” de supervivencia y el seguimiento hasta las últimas consecuencias.

La crucifixión fue ejecutada en Israel como pena capital desde Antíoco IV Epífanes y Alejandro Janeo. En estrecha referencia a la muerte de Cristo en la cruz, la fórmula llevar su (propia) cruz se instaló en el lenguaje cristiano, convirtiéndose en una figura conocida (Lc 14.27 // Mt 10.38; Mt 16.24 // Mc 8.34 // Lc 9.23), con una decidida influencia sobre la piedad y la reflexión teológica a lo largo de los veinte siglos del cristianismo.

Desde el martirio en las primeras persecuciones cruentas por parte del imperio romano hasta el sacrificio de la vida de miles de cristianas y cristianos bajo las dictaduras del siglo XX, pasando por interpretaciones místicas y otras de variado tipo, llevar la cruz –como el seguimiento de Cristo en sí– ha pasado por muchas etapas y modalidades. Todas las personas que interpretaron literalmente estas palabras y sufrieron hasta las últimas consecuencias, merecen nuestro más absoluto respeto, pues han demostrado total integridad e increíble honestidad en su decisión de seguir a Cristo.

V. 28-30: La breve parábola de la torre juega con varios elementos. Una torre es una construcción llamativa, por cierto no demasiado frecuente; y generalmente cumple con una función específica: servir para la vigilancia. El sentarse indica una actitud de deliberación; el calcular los gastos apunta a la dimensión económica del seguimiento. La imagen incluye también la necesidad de llegar a la meta.

Finalmente se alude a la dimensión social y relacional del proyecto: quienes nos rodean evaluarán la seriedad del compromiso puesto en el discipulado. La referencia a la seriedad se obtiene por deducción de los opuestos, pues las y los demás se burlarán al ver una deserción de lo que comenzó como algo monumental.

V. 31-32: Luego del primer ejemplo con su sesgo económico, viene el segundo, que trabaja más bien sobre las capacidades y la idoneidad; e integra la negociación razonable dentro del cálculo de las posibilidades.

La interpretación de esta parábola doble deberá tomar en cuenta precisamente el carácter parabólico y no alegórico del texto. Es decir, tendrá que trabajar sobre el nexo o elemento común entre la cosa comparada y la cosa con la cual ésta es comparada; y no perderse en la búsqueda de supuestas correspondencias entre las imágenes y la cuestión comparada. El nexo consiste en la necesidad del cálculo de riesgos, costos y posibilidades.

V. 33: Estas palabras finales retoman un tema lucano por excelencia: el precio económico del discipulado. Lucas vuelve una y otra vez sobre esta cuestión, como ya ha sido destacado en varios de los estudios exegético-homiléticos realizados sobre este Evangelio. El v. 33 tiene una correspondencia en la historia lucana del principal rico (el joven rico en el EvMt), que viene a ser una ilustración narrativa negativa o puesta en práctica frustrada de la exigencia de renuncia total.

Planteo teológico

La decisión de seguir a Cristo exige una reflexión madura y una decisión suficientemente pensada e incluso bien calculada, en lo que se refiere a los riesgos del compromiso. Cabe advertir que esto no tiene nada que ver con la especulación con eventuales “ganancias” o méritos, como si hubiera algún “extra”, un sitio de honor o algún privilegio para las seguidoras y los seguidores valientes. Se trata de una entrega total, que compromete la vida entera y que abarca todas las dimensiones de la existencia.

Rumbo a la prédica

El texto plantea la seriedad del seguimiento con dos formulaciones: llevar la cruz, y renunciar. Es difícil –si no imposible– abarcar en una sola predicación la totalidad de la profundidad del texto. Habrá que decidir dónde colocar el énfasis principal de la reflexión. Aquí van algunas sugerencias para la predicación:

  • ¿Qué nos imaginamos bajo “llevar la cruz”? ¿Enfermedades, las molestias de la vida, sacrificios “comunes”? ¿Conflictos familiares? ¿Persecución, difamación, burlas por nuestra fe? Además de las situaciones comunes en la vida de la mayoría de las personas, como lo son las enfermedades y las dificultades económicas, y que no son específicamente típicas para la existencia cristiana, ¿llevamos realmente alguna cruz por seguir a Cristo?
  • En la situación actual, cada vez más personas son obligadas a renunciar no sólo a diversas comodidades, sino a la satisfacción elemental de las necesidades de la vida. Otras, en situación peor aún, quedan excluidas del mundo del trabajo y con ello, de la posibilidad de sobrevivir. ¿Qué significa en este contexto de empobrecimiento y exclusión la exigencia de renuncia a todo lo que se posee? ¿Se trata de una palabra dirigida hoy a los pobres, que prácticamente ya no tienen ningún bien al cual renunciar; o es un planteo hecho hoy a quienes tienen más de lo que necesitan para vivir, para que asuman en serio el compromiso con los necesitados?
  • El texto plantea con vehemencia que el seguimiento de Cristo incluye la dimensión económica. ¿Qué implica esto concretamente para nosotros? En el pasado, este compromiso se concretaba, por ejemplo, en limosnas, donaciones ocasionales o eventos en beneficio de alguna obra diacónica. ¿Alcanzan hoy esas acciones esporádicas; o necesitamos un compromiso personal y comunitario mucho más decidido a favor de la justicia, la dignidad de la vida, los derechos del prójimo? ¿En qué se puede concretar ese compromiso?
René Krüger, pastor de la Iglesia Evangélica del Rio de la Plata, Argentina, en Estudios Exegéticos y Hermenéuticos, ISEDET, septiembre 2001. Resumen de GB


Introducción al Deuteronomio

El Deuteronomio es el quinto libro del AT y el último del Pentateuco. En la Biblia hebrea, los libros del Pentateuco se nombran con las palabras iniciales de cada uno. Nuestro libro lleva, por eso, el nombre ‘elleh haddebarîm (“estas son las palabras”). El nombre “deuteronomio” se deriva de la traducción griega de los LXX en Dt 17.18, donde se habla de un déuteros nomos (“segunda ley”) que el rey debía escribir para su propio uso, copiándolo del libro de los sacerdotes levitas.

La expresión hebrea que fue traducida al griego en esa forma significa más estrictamente una copia de la ley. Lo cual es adecuado, ya que en él se presenta la ley dada por Moisés en la llanura de Moab, inmediatamente antes de que los israelitas cruzaran el río Jordán para entrar en la Tierra prometida. Y puede decirse que se trata de una “segunda ley” o, mejor, de una segunda entrega de la ley que ya anteriormente había sido dada, como estatuto de la alianza pactada entre Dios y el pueblo con la mediación de Moisés, en el monte Sinaí.

La descripción más concisa y expresiva de lo que es el Dt se la debemos quizá a Gerard von Rad, que lo describe como “una ley predicada”.

Esta descripción hace justicia a los dos elementos principales contenidos en el libro. Por un lado, los códigos legales, que ocupan más de las dos terceras partes del texto: el decálogo (Dt 5.6-21), y el Código deuteronómico propiamente dicho, (cap 12-25), y por otra, las secciones exhortatorias e históricas, en los capítulos que sirven de marco de marco a las secciones legales. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que hay elementos históricos o exhortatorios en muchas de las mismas prescripciones legales, lo que le da precisamente al libro ese carácter de “ley predicada”.

Hemos dicho al principio que el Dt es el último de los cinco libros que forman el Pentateuco. Pero no parece haber estado siempre en esa posición. Es muy probable que el Dt, o al menos una buena parte de él, haya existido primero como una obra independiente, y que solo más tarde haya sido unido a otros escritos, junto a los libros “históricos” que van del libro de los Jueces al segundo libro de los Reyes. Se formó así la llamada “Historia deuteronomista”, que tenía como prólogo precisamente el libro del Dt. En él se contienen las leyes dadas por Dios, según las cuales son juzgadas las personas y los acontecimientos presentados a lo largo de la historia narrada en los libros siguientes.

Significado del libro del Deuteronomio

Para comprender el significado de este libro es importante comprender la relación que tiene con tres períodos de especial importancia en la historia de Israel:

El primer período es el que en el mismo libro se propone como escenario de los discursos de Moisés y de su proclamación de la Ley; es decir, el momento que precedió inmediatamente a la primera entrada del pueblo a la Tierra prometida. El Dt es presentado como palabras dichas por Moisés a todo Israel antes de entrar a esa tierra. El libro, pues, se sitúa ante el lector como viniendo de los orígenes del pueblo de Israel, y la Ley que ahí se promulga es presentada como dada por su guía original, Moisés, con todo el peso que una figura de tanta autoridad puede tener. El Dt quiere ser recibido como algo fundacional y relacionado con Moisés; como algo que pertenece a los orígenes y es autoritativo para todo el pueblo.

Pero vemos que las palabras del Dt interpelan también al Israel de una época posterior, y fueron en gran parte creadas con esa intención. Este Israel fue el del reino de Judá en los últimos cien o ciento cincuenta años que sobrevivió el país antes de su destrucción y cautiverio a manos de los babilonios. Las palabras de Moisés fueron reportadas en el “libro de la Ley” recordarían de nuevo al pueblo la promesa de la tierra que ahora gozaban como don de Dios y, al mismo tiempo, debían advertirle sobre las tendencias a la idolatría y a la infidelidad, que estuvieron presentes en los días del desierto y que amenazaban de nuevo la posibilidad de una vida larga y feliz en la tierra prometida.

Y justamente, mientras el libro estaba todavía en proceso de formación, la situación cambió de manera dramática. El pueblo experimentó de hecho el juicio de Dios y la pérdida de la tierra, con que habían sido amenazados si eran desobedientes y no ponían toda su confianza en el Señor. Las palabras del Dt pasaron así a interpelar a una comunidad que había sido nuevamente relegada fuera de los confines de la Tierra prometida, al “desierto”. Así, el Dt le ayudó al pueblo a interpretar su historia reciente como el fracaso en vivir según las enseñanzas de su Dios; pero también le anunciaron de nuevo que la promesa de Dios todavía era valedera para ellos, y le explicaron lo que debía hacer para dar vida a esas posibilidades.

Hay un sentimiento profundo en los autores del Dt: que Israel es un único pueblo a lo largo de todas sus generaciones. En el libro se usa repetidamente la frase “todo Israel”. Israel es un solo pueblo, y esa unidad se extiende horizontalmente a las doce tribus que lo integran, y verticalmente a todas sus generaciones. Así, las palabras del libro pudieron hablar a ese pueblo antiguo de Dios en circunstancias totalmente diferentes:

  1. Cuando aún no habían recibido ni gozado de la abundante prosperidad de la tierra, sino que solamente habían conocido las dificultades de la esclavitud en Egipto y de la vida en el desierto;
  2. Cuando había vivido ya por largo tiempo en la tierra, gozándola y acostumbrándose a todos los beneficios de su posesión; y
  3. Cuando esos magníficos dones de Dios –especialmente la tierra y el templo– habían sido locamente perdidos.

Por eso es posible que las palabras de este libro, como Palabra de Dios, nos interpelen a nosotros en nuestro hoy. Un hoy cuando, por una parte, gozamos ya de los dones que Dios nos ha hecho como pueblo suyo; pero cuando, por otra parte, nos encontramos también en el “desierto” de la injusticia, de la violencia, de la pobreza y opresión de tantos de nuestros hermanos, y necesitados de que su Palabra nos anuncie nuevamente que Él nos sigue llamando a la tierra prometida y nos indique los caminos que debemos recorrer hacia ella.

Otro aspecto que ayuda a comprender el significado del Dt y lo hace totalmente “actual” es la orientación teológica del libro alrededor del Shemá’ Yisra’el y del Decálogo, en particular la prohibición del culto a otros dioses o ídolos. El “escucha Israel” es la exhortación básica de la fe del Dt a adorar únicamente al Señor y a amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, contenida en Dt 6.4-5.

Las leyes y normas del “Código deuteronómico” tienen que ver, en primer lugar, con la relación del israelita para con Dios, como los tres primeros mandamientos del Decálogo y, en segundo lugar, con su relación para con los demás, como el segundo grupo de los mandamientos. No hay duda de que los temas, los énfasis y con frecuencia el mismo lenguaje, sugieren que es bueno comprender el Dt como una explanación del Gran Mandamiento que está encarnado en los dos mencionados textos.

Deuteronomio 30.15-20 Soltero, CBL

Moisés exhorta ahora a Israel a tomar la decisión correcta para la nueva etapa de vida que va a comenzar; una decisión que esté de acuerdo con todo lo que él les ha comunicado de parte del Señor.

El párrafo está construido de forma muy elaborada. Se repite dos veces toda la serie de conceptos más fundamentales: la propuesta de los “dos caminos”; la actitud que da acceso al camino de la felicidad; las consecuencias de vida y bendición; el escenario para ese futuro feliz, que es la Tierra Prometida:

Hoy he puesto delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… que ames al Señor tu Dios, que vayas por sus caminos y cumplas sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y para que el Señor tu Dios te bendiga en la tierra… (30.15-16).

he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición… para que ames al Señor tu Dios… pues él es tu vida y prolongación de tus días. Así habitarás la tierra… (30.19-20).

Las diferencias más significativas son que la primera vez se desarrolla también el lado negativo de la opción (30.17-18). La segunda vez se añade el énfasis de poner por testigos al cielo y la tierra, es decir, a la creación entera (30.19); en cambio, la única opción que se toma en cuenta es la positiva; escoge la vida; esa es la única que vale la pena tomar.

Carlos Soltero, biblista católico mexicano (n 1934) en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Navarra, España, 2003.


Carta a Filemón (1-9), 10-21

La más breve de las cartas paulinas fue escrita conjuntamente por Pablo y Timoteo, desde la prisión, y está centrada en la situación creada en la relación entre amo y esclavo en un caso particular: el de Filemón, un cristiano convertido por Pablo, y Onésimo, también convertido a la fe cristiana por Pablo y esclavo de Filemón.

Pablo no está solo: Epafras está con él en la cárcel. Timoteo escribe conjuntamente esta carta, aunque probablemente se encuentre libre. Marcos, Aristarco, Demas y Lucas (v 24) mantienen contacto con él. Finalmente está Onésimo, el esclavo de Filemón que ocasiona este escrito, el cual también sirve a Pablo en su prisión.

Pablo ya se considera anciano (v 9). Por el libro de Hechos conocemos algunas ocasiones en que Pablo fue encarcelado, otra ocasión pudo haber sido en Éfeso, donde Pablo permanece un tiempo prolongado, una custodia lo suficientemente laxa como para permitir recibir visitas, escribir cartas, y aún evangelizar a un esclavo. Pero no deja de ser una situación de prisión.

Carta entre hermanos, compañeros de militancia, colaboradores

El comienzo de la carta nombra a los remitentes, Pablo y Timoteo. Pero tomemos nota de los títulos que se dan los autores. Las otras cartas de Pablo incluyen una autocalificación del autor: apóstol, siervo de Cristo o alguna fórmula afín. La elección de este título anticipa el tono de la carta. Acá Pablo va a tratar de un esclavo, una persona reducida a la falta de libertad de por vida. Y se identifica a sí mismo con esa característica: él también es un prisionero por Cristo Jesús. Coautor, probablemente el escritor material de la carta, es Timoteo, “el hermano”. La relación que Pablo destaca con Timoteo es la misma que va a reclama en el núcleo central de la carta para Onésimo.

Luego se mencionan los destinatarios. Filemón es un “colaborador” de Pablo: alguien que trabaja conjuntamente con él. Nuevamente estamos en situación de relaciones laborales. Onésimo es un trabajador esclavo. Pablo y Filemón trabajan conjuntamente. La trama va anudándose desde los saludos.

Apia es “la hermana”, como Timoteo. Lo que acá se destaca es que la relación de “hermana” creada por la fe común se antepone a cualquier otra. Es hermana de Filemón, es hermana de Pablo y Timoteo, de toda la Iglesia. Eventualmente también del esclavo Onésimo. Arquipo, por su parte, ha sido “compañero en esta militancia” de Pablo. Nuevamente se destaca una relación de igualdad.

Pero lo más significativo es que la carta está dirigida a “la iglesia que se reúne en su casa”. No es una carta “particular”, sino una carta eclesial. No es un problema privado; es una situación que afecta a toda la comunidad.

Entramos en el motivo fundamental de la carta. Sutilmente Pablo le recuerda a su colaborador en Cristo que él tiene autoridad en la iglesia para ordenar. Pero él no quiere hacerlo. Más bien apela a la compasión que ha destacado en la acción de gracias precedente (v 4-7): amor fraterno, comunión y compasión. Pablo “ruega” por un “hijo que engendré en mis prisiones” y debe referirse a Onésimo que se ha convertido a la fe en Cristo por su contacto con Pablo en la cárcel. Hay un juego de palabras con el nombre de Onésimo, que significa “útil” o “lucrativo”. Evidentemente “ahora” Onésimo se ha hecho útil.

Onésimo ha incurrido en alguna falta grave y ahora Pablo y sus hermanos y colaboradores esperan que lo salven del flagelo que aguarda a los esclavos fugados. Otra alternativa es que Onésimo haya sido enviado por su amo Filemón con alguna misión, tal vez comercial. Este esclavo, que debía producir “lucro”, por algún motivo pierde su dinero y teme encontrarse con Filemón. Y ahora, abrumado por su situación, reconoce su falta y se convierte a la fe en Cristo.

No ya esclavo, sino hermano

Así se llega al centro dramático y estructural de esta carta, el v 16. Ahora debe ocurrir la transformación definitiva, que ya no depende de Pablo, ni siquiera de Cristo, sino de la disposición de Filemón… de esclavo a hermano. Para Pablo, Onésimo ya es un hermano amado en Cristo. ¿Lo será para Filemón? Esta es la prueba de fe con la que se enfrenta Filemón. La conversión de Onésimo desafía a la conversión de Filemón y se completa con ella.

Amos y esclavos no confraternizan, no se mezclan. Unos años más tarde, Plinio el Joven dirá que los cristianos son “promiscuos” porque celebran ágapes donde todas las clases sociales, incluyendo esclavos, participan de la misma comida. El cristianismo es la única religiosidad que usaba el apelativo de “hermanas, hermanas” para personas de distinta raza, posición social o estado legal… Esta fue la novedad y revolución que Pablo propone.

Un hombre libre que está en la cárcel pide por un esclavo. La libertad que da la fraternidad en Cristo, que no es solo material sino espiritual, y no solo espiritual sino material. Después de haber singularizado al patrón de Onésimo en el cuerpo de la carta, la palabra final vuelve al plural: la gracia sea con vuestro espíritu. En ello descansa la gracia que es para todos.

La construcción de una fraternidad de hombres y mujeres libres e iguales, donde Apia, una mujer, es hermana, y donde Onésimo, un esclavo, es hermano, y donde Pablo, un judío, es hermano de Filemón y Lucas, gentiles, se refleja en esta carta. El enunciado teórico de Gál 3.28 se hace práctica de vida en Filemón.

Néstor Míguez, Carta a Filemón, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Estella, España, 1999. Hemos hecho un extracto-resumen de este comentario.


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