Recursos para la acción pastoral

18 Jun 2021
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Recursos para la acción pastoral
Recursos para la acción pastoral 18 JulioJul 2021

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Profetismo (2)

El incesante cambio de horizontes sociales y políticos exigía una drástica revisión de la fe yahvista, anclada en la alianza sinaítica, siendo el templo el foco catalizador de toda religiosidad. Pues bien, al quedar destruido el templo por Nabucodonosor (587 a.C.), con el consiguiente cautiverio babilónico, fue preciso dar un impulso casi titánico para que el “resto fiel” no incurriera en la desesperanza.

Los profetas supieron alentarlo durante el destierro y guiarlo después hacia el camino de su liberación, por más que las vicisitudes políticas pusieran continuos frenos. Al desaparecer los profetas, el pueblo elegido se sintió desorientado. Suspiraba por la presencia de nuevos portavoces divinos dispuestos a transitar los designios de la divinidad.

Fue preciso esperar bastante tiempo hasta que el ideal profético fue asumido por un enviado divino excepcional: Jesús de Nazaret. Éste se sitúa en su misma línea de entrega (Lc 4.24) proclamando un mensaje de denuncia y liberación (Lc 24.19-21).

Su obra fue truncada por la muerte –cosa explicable en un profeta comprometido–, pero después la continuaron quienes, penetrados por la fuerza de su resurrección, anhelaban entronizar en el mundo la égida de justicia, paz y amor mediante una conversión a la fe crística (1 Cor 14.24-25).

Los profetas jugaron un papel decisivo en el NT y han seguido actuando en toda la historia de la iglesia. Hoy abundan los profetas. ¿Cómo diferenciar a los verdaderos de los falsos? Solo los primeros entregan por completo su vida a instaurar en el mundo el reino mesiánico anunciado sin tregua por el profetismo veterotestamentario para convertirlo después Jesús en eje de todo su mensaje.

Siempre han sido los profetas quienes han conservado pura la inquietud de la fe, dándole a su vez un impulso vivencial con fuerza para engarzarla con las inquietudes pragmáticas de cuantos seres humanos pugnan  por ser felices.

Antonio Salas, en Diccionario Abreviado de Pastoral, Verbo Divino, España 1999


¿Trabajamos pastoralmente con personas discapacitadas?

Pinceladas en torno a la discapacidad en el devenir de la historia

El concepto de discapacidad que conocemos y manejamos hoy constituye un logro del pensamiento contemporáneo. Tuvieron que pasar muchos siglos signados por la ignorancia, la superstición y el oscurantismo antes de que pudiera hablarse de la realidad de la discapacidad en la vida de las personas sin utilizar términos peyorativos o lesivos de la dignidad humana.

Constituían, por lo visto, una “desviación de la norma”, o sea, anormales o, por extensión, disminuidos, deficientes, minusválidos, contrahechos. Tales “etiquetas” reflejaban la mentalidad predominante en quienes, por considerarse normales, se creían con todo el derecho de marginar y excluir a los y las diferentes. Así, en no pocas sociedades, las actitudes frente a estas personas llegaron al extremo de su eliminación física, con lo cual se daba por terminada la molestia que solían causar con su sola presencia. En otras, un poco más piadosas, se les recluía en reformatorios y, más tarde, en las nuevas instituciones benéficas con el fin de evitar que afearan el espacio público.

Dando un gran salto en el tiempo, llegamos al año 1945. Europa respira un ambiente de desolación y muerte tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, entre cuyas secuelas figura un número significativo de personas con discapacidad. La conciencia social acusa el golpe: a partir de ahora tendrá que convivir con una realidad que afecta no tan solo a unos pocos. Y la sociedad deberá asumir la responsabilidad de brindar atención  a todas esas personas, contribuyendo a su rehabilitación y posterior reinserción en los distintos espacios de la vida pública.

Sin embargo, será en el contexto de las grandes reivindicaciones sociales de los años 60 y 70 donde se darán los mayores pasos hacia el reconocimiento de las personas con discapacidad. Así, con la irrupción de la lucha por los derechos civiles de los negros, los movimientos políticos urbanos y rurales en toda la América Latina, los movimientos feministas y juveniles, se abrirá también el camino para la reivindicación de otros grupos marginados por su condición de minorías, como es el caso de las personas con discapacidad.

La Organización de las Naciones Unidas, surgida poco después de concluida la Gran Guerra europea, va a marcar la pauta en este proceso de reconocimiento social de quienes viven con una discapacidad. Es de ese modo que en Diciembre de 1971 se presenta y aprueba la Declaración de los Derechos de los Retrasados Mentales. Mientras que también en Diciembre, pero esta vez en 1975, es proclamada la más general Declaración de los Derechos de los Impedidos.

Miles de instituciones formadas por los mismos afectados surgieron en los cinco continentes, con un considerable aumento de su proyección e influencia. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud igualmente se sumó a este empeño dignificador de las personas con discapacidad. Su aporte vino a llenar el vacío conceptual que en relación con la discapacidad había existido hasta entonces.

En 1980 publicó un texto provisorio denominado “Clasificación Internacional de Deficiencias, Discapacidades y Minusvalías”, en el cual se expresa que Discapacidad “ es toda restricción o ausencia (debido a una deficiencia) de la capacidad de realizar una actividad en la forma o dentro del margen que se considera normal para un ser humano”. Y veinte años después, en 2001, la OMS publicó una revisión de ese texto, denominado ahora “Clasificación del Funcionamiento, de la Discapacidad y de la Salud” (CIF) y que incluye los conceptos de Actividad y Participación.

Este documento reconoce la existencia de diversos modelos conceptuales desde los cuales se ha intentado explicar la discapacidad, entre los cuales destacamos, por un lado, el modelo médico, que considera la discapacidad como un  problema directamente causado por una enfermedad, trauma o condición de salud, que requiere un tratamiento médico individual.

Por otro lado se encuentra el llamado modelo social, que considera el fenómeno fundamentalmente como un  problema de origen social y principalmente centrado en la completa integración de las personas a la sociedad. Por lo tanto, es responsabilidad colectiva hacer las modificaciones ambientales necesarias para la participación plena de las personas con discapacidad en todas las áreas de la vida social.

Respuesta de las iglesias

Paradójicamente, las iglesias en América Latina están entre las instituciones de carácter social que más tarde han llegado a preocuparse de forma integral por las personas con  discapacidad. Y afirmo que es una paradoja porque para el cristiano o cristiana, el evangelio de Jesucristo constituye el marco ideal para el reconocimiento y el enaltecimiento de la dignidad de todos los seres humanos como criaturas de Dios.

Se puede decir que todavía  muchas de las comunidades cristianas no han logrado superar el enfoque de la beneficencia, por lo que las personas con discapacidad acaban convertidas en objetos de caridad y no en sujetos necesitados también de vivir la Buena Noticia de Salvación.

En el otro extremo, sin duda degradante y hasta tal vez en mayor medida que el anterior, se encuentran las iglesias que se inscriben en las corrientes fundamentalistas, donde las personas con discapacidad son manipuladas en sus necesidades y expectativas al ser culpadas por su “falta de fe”, siendo esta la supuesta causa que impiden que sean sanadas de sus discapacidades. O bien, las acusan de estar poseídas por demonios que es necesario exorcizar. Asimismo, suelen afirmar que Dios manifiesta su gloria y su poder por medio de los sufrimientos de quienes tienen una discapacidad, cuando no responsabilizan por la discapacidad a los pecados de los padres o de las propias personas con discapacidad.

Por supuesto que en ninguno de los dos casos figuran la inclusión y la participación en igualdad de oportunidades como meta u objetivo del trabajo misionero y de evangelización. Ello hace que las personas con discapacidad muchas veces no representan ni siquiera un número en los libros de membresía de las iglesias, razón por la cual me es imposible hablar en términos estadísticos acerca de la presencia de estas personas en las comunidades de fe de nuestro continente.

Algo, sin embargo, puedo aportar en esta dirección. En 1990, las iglesias cubanas registraban una cifra que no rebasaba las 74 personas con discapacidad vinculadas las mismas. Ya para el año 2000, el número ascendió a 1402. En este significativo incremento tuvo mucho que ver la labor por la integración eclesial emprendida por la Pastoral con Personas Diferentemente Capacitadas del Consejo de Iglesias de Cuba, desde los mismos inicios de la década del 90.

Pero también en otras naciones de Latinoamérica podemos encontrar buenos ejemplos de trabajos con un enfoque integrador de las personas con discapacidad en algunas iglesias. Aquí destacan la Iglesia evangélica de Confesión Luterana y la Diócesis Episcopal del Sur, en Brasil, en tanto que específicamente en el ministerio con personas sordas o hipoacúsicas, sobresale el trabajo que vienen desarrollando las Convenciones Bautistas en Venezuela, República Dominicana, Colombia y Chile.

La presencia de la Red Ecuménica en Defensa de las Personas con Discapacidad (EDAN) del Consejo mundial de Iglesias ha significado un notable estímulo para muchas iglesias, las cuales han ido tomando conciencia acerca de la necesidad de la inclusión y la participación plena de las personas con discapacidad en la vida y misión de las mismas. Especial importancia cobra en este sentido el trabajo de la Red en la organización de los encuentros anuales de indígenas con discapacidad en comunidades de Ecuador.

A menos que nos involucremos todos de inmediato en la promoción de una conciencia y una voluntad políticas por acciones concretas de integración y de apertura de espacios y oportunidades para la participación de las personas con discapacidad, una abrumadora mayoría de estas personas continuarán en franco deterioro, constituyendo la discapacidad en pretextio para la marginación, la segregación y la exclusión.

Dicho de otra manera, las personas con limitaciones físicas, sensoriales o mentales suelen ser discapacitadas  no debido a afecciones diagnosticadas, sino a causa de la exclusión de las oportunidades educativas, laborales y de los servicios públicos. Este exclusión se traduce en pobreza y esta pobreza, en lo que constituye un círculo vicioso, aumenta la discapacidad por cuanto incrementa la vulnerabilidad de las personas ante problemas como desnutrición, enfermedades y condiciones de vida y trabajo poco seguras.

Red Ecuménica en Defensa de las Personas con Discapacidad, EDAN América Latina, Buenos Aires, 2011, pp 20-35, resumen y adaptación de GBH.
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