Recursos para la acción pastoral

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Duelo entre el desaliento y la esperanza
Habla el desaliento
Soy un hombre encorvado por el peso de la desilusión y la experiencia de la vida. He vivido 50 años, 60 años. Soy un viejo lobo marino. Nada me ilusiona, nada me entristece, todo me resbala; estoy curtido por la vida e inmunizado.
Vi que sueños y realidades estaban tan distantes como el oriente del occidente. Me dijeron: “Aún puedes”, y de nuevo me embarqué en la nave dorada de la ilusión. Los naufragios se sucedieron. De nuevo me gritaron: “Aún es tiempo” y, aunque encorvado por el peso de tanta derrota, me empiné de nuevo sobre el pináculo de la ilusión. La caída fue peor.
Hoy soy un hombre decepcionado.
Habla la esperanza
Sobre la espuma de la ilusión habías levantado tu casa. Por eso se desmoronó una y mil veces, al vaivén de las olas. La arena de las playas fue el fundamento de tus edificaciones, y era inevitable la ruina.
Comencemos otra vez.
Detrás de la noche cerrada hay altas montañas, y detrás de las montañas nocturnas viene galopando la aurora. Sólo es lindo creer en la luz cuando es noche.
Detrás del silencio respira el Padre. La soledad está habitada por la presencia, y allá arriba nos esperan el descanso y la liberación.
Ven. Comencemos otra vez.
Si hasta ahora los éxitos y fracasos fueron alternándose en tu vida como los días y las noches. Desde ahora, cada mañana Jesús resucitará en ti, y florecerá como primavera sobre las hojas muertas de tu otoño. Él vencerá, en ti, el egoísmo y la muerte. Sí, el Hermano te tomará de la mano y te conducirá por los cerros transformantes de la contemplación. Volverán a ondear tus antiguas banderas: Fortaleza, Amor, Paciencia…
Resplandecerás con el fulgor de los antiguos profetas en medio del pueblo innumerable, y, al verte, todos dirán: Es un prodigio de nuestro Dios.
Ven. Comencemos otra vez.
Los pobres ocuparán el rincón más privilegiado de tu huerto. Son todos los olvidados del mundo, los que no tienen voz, ni esperanza ni amor. Vienen a beber de tus primaveras encendidas por el Resucitado.
Mira: esas estrellas, azules o rojas, parpadean desde la eternidad y hasta la eternidad. Sé como ellas: no te canses de brillar. Siembra por los campos secos y por las agrias cumbres la misericordia, la esperanza y la paz. No te canses de sembrar, aunque tus ojos nunca vean las espigas doradas. Los pobres un día la verán.
Camina. El Señor Dios será luz para tus ojos, aliento para los pulmones, aceite para las heridas, meta para tu camino, premio para tu esfuerzo.
Ven. Comencemos otra vez.
Ignacio Larrañaga, 1928-2013, franciscano español, de largo ministerio en Chile, reconocido por sus Talleres de Oración y Vida. Muéstrame tu rostro. Hacia la intimidad con Dios, Paulinas, Chile, 1980, Conclusión, pp.380-382, resumen.
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